A uno de ellos ya le rendimos su homenaje. El 26 de septiembre de 1969 el colosal "Abbey Road" cruzaba altivo por la senda peatonal que lo llevaría a la inmortalidad. No era un disco más en el mercado: era el 11º álbum oficial de los Beatles, a esa altura veteranos de fama mundial que portaban un bagaje de estruendosos aplausos y griteríos de audiencias europeas, norteamericanas y japonesas... y un rito de plena adoración desde un simple vinilo girando a 33 rpm en todo el resto del mundo. Antes de ganar la calle, "Abbey Road" ya era un super-clásico.
Modesto pero con aires cortesanos, King Crimson era el hogar de unos jovenzuelos de cuna sureña, para nada novatos en la música pero completamente ajenos al sabor del éxito y la adoración de masas que formaban parte de la vida de los Beatles.
Surgido en medio de la corriente vanguardista de Bournemouth, vértice sud-occidental del triángulo de nodos provincianos (junto a Birmingham y Canterbury) del que salieron las más acabadas expresiones del rock británico, King Crimson hizo de la química grupal un atributo y de la improvisación un culto. Fue capaz de direccionar personalidades divergentes en un mensaje sonoro convergente y de amalgamar música de alto vuelto semi-orquestal con poesía de retórica exquisita.
Eran los mismísimos albores del rock progresivo... ese del que hoy Robert Fripp (63) con su ironía de siempre, parece confinar al último escalón descendente: "Progresivo era una etiqueta para vender la actitud de búsqueda de determinados músicos, pero se degradó cuando Yes o Emerson, Lake & Palmer se convirtieron en grupos de estadios", afirmó el Mago hace unos meses, bien consciente de que la voz y el bajo que se escuchan en "In the Court of the Crimson King" vienen precisamente de uno de los integrantes del futuro Emerson, Lake & Palmer...
Pero Mr. Fripp se mantiene estoico en sus pensamientos y desgrana su eterno humor negro sobre un producto que todos idolatramos. Ni sueña hoy con recrear el repertorio de ese histórico primer álbum en su guitarra endemoniada: "Lo encuentro repelente", confiesa. Pero es rápido para desparramar un cálido sentimiento reprimido, admitiendo que "preferiría que fueran mis ex compañeros de King Crimson los que lo hicieran... bajo mi supervisión, naturalmente".
Tal vez olvide Fripp que Michael Giles (67), Ian McDonald (63), Greg Lake (casi 62) y hasta Pete Sinfield (casi 66) aceptarían el convite sin pestañear, con toda la nostalgia a cuestas por el orgullo de un clásico legendario, concebido cuando todos eran apenas unos veinteañeros, virtuales desconocidos a las puertas de la gloria plena.
Fue la época de "In the Court of the Crimson King". Época que por cierto no vuelve. Pero que tanto ha dejado en estos 40 años.