Es otro de esos sitios mágicos, por transplante y por tránsito. Tránsito porque camino ida-vuelta cuando hago alguna gestión, paseo o voy al trabajo, y no siempre me acuerdo de que está ahí.
Transplante porque en el mural de la mesa del fondo (donde juegan los del club de ajedrez) vive una combinación entre paisajes costeros de Coruña con retratos amorfos del malagueño Picasso, su pelo blanco y camiseta de rayas marineras.
Macondo se parece a Café con Libros en su aire gentrificado, en las exposiciones de cuadros, fotos o cómics que cuelgan de sus paredes cada tanto y en el punto de fusión con la literatura y mis libretas. Durante los primeros años Café con Libros estuvo justo enfrente de la iglesia donde se bautizó Picasso, puerta a puerta. Allí pasaba horas con mi café, o un té Darjeeling con leche (la tetera unipersonal daba para dos tazas) y libreta y bolígrafo, escribiendo. Después se trasladaron a un local más grande, por la misma zona, en la misma acera de la casa natal de Picasso. Aunque ya tenía la mayoría de edad, la clase media me regaló tiempo para permanecer una o dos horas allí sentada, escribiendo todos los días, como si fuera mi trabajo de verdad.
Me da la risa cuando escucho alabanzas sobre la franquicia Starbucks, pobres clientes que nunca han conocido un sitio parecido pero mejor, con su wifi y su ambiente cómodo y sofás y horas por delante para leer o escribir. Lo más importante, con un café que no esté asqueroso. No puedo dejar de aborrecer a la sirena verde, es aguachirri al mismo nivel que Burger King o McDonald's se parecen a una hamburguesería artesanal, porque mi primer café de la franquicia lo mal-saboreé en el aeropuerto de Málaga (que se llama también "Aeropuerto Pablo Ruiz Picasso") y creo que nunca probé algo tan desagradable.
Salvando la distancia de que Café con Libros es una cafetería-tetería y tiene libros de segundo mano, que puedes leer mientras estás allí, y en Macondo sólo hay café y los libros te los traes ya puestos, lo cierto es que este sitio transplantado también es mi casa. Pero no ha sido hasta principios de 2015 que tomé posesión de ella. Esa rutina familiar, un poco más reducida en tiempo, de sentarse con un café y escribir en la libreta, un poco más acongojada por la expresión graciosa de Picasso desde el mural del fondo, los ojos brillantes que me devuelven el pensamiento ¿ves? lo que siempre has hecho y estás condenada a seguir haciendo.
A la vuelta del trabajo voy pensando en mi resumen general del año, ahora que estamos en las últimas semanas. Entre la neblina, las luces de Macondo y la fusión. Y quiero hacer esta foto. Empiezo y acabo el año con trabajo, algo que había dejado de ser habitual. En la planta de arriba participé en el primer recital de una humilde lista, prendiendo las brasas dormidas. He escrito menos que ningún año en el blog, porque fui capaz de verbalizar como deseo para 2015 publicar mi novela. No ha sido la novela pero sí un poemario, que saqué el Día del Libro, y que sin querer (por no gastar tinta) he llevado a otras timbas poéticas, leyendo lo que más me gustaba libro impreso en mano, hasta un simulacro de performance pidiendo al público que eligiera número de página. Una especie de no-presentación.
Observando la puerta entre la neblina, calculo que este año he tenido trabajo durante 8 meses. Aunque sea a media jornada, es una evolución (5 meses en 2014, 2 meses en 2013). Y una evolución más aparatosa porque el 75% de las horas de contrato han sido bajo una nueva premisa: en vez de sentirme arrastrada por lo que hay, de vivir en el filo de la navaja de un contrato temporal a otro, he asumido que es un mal necesario para disponer de tiempo de escritura, mi verdadero objetivo. Cuando he dejado de quitarle importancia, de esconderlo, de fingir (como decía arriba, hasta principios de 2015 no he sido capaz de verbalizarlo cara a cara con otro ser humano que no fuera familia o pareja), cuando me he focalizado en el verdadero foco, literalmente se han superpuesto ofertas de empleo como nunca antes. Y los proyectos también, una novela en curso y dos libros más.
Sigo siendo un desastre como community manager de mí misma, porque el blog y las redes las utilizo al natural, lo que pienso o se me antoja en cada momento, sin un plan de márketing ni leches varias aborrecibles; y refugiada aún en el blog, ninguna editorial o revista cuenta conmigo. Pero poco a poco, joder, que no se puede aprender todo de golpe. Demasiados años en la mesa del fondo.