A pesar de lo inmenso que es el océano, yo vivo en una de sus interminables orillas, al borde de mis sentimientos, en una arena de locura y tempestad. Tengo miedo a la marea y a las olas que rompen a mis pies, hiriendo mis miedos, arañando sus costuras. Soy una novata asustada, recogiendo las caracolas que llegan de un largo viaje y me susurran al oído sus historias por mar abierto. Envidio las escamas de los peces, las aletas de un delfín despistado, la luz del sol que se posa en las aguas para descansar. Pero yo sigo en la arena mojada, a la orilla de unas aguas cristalinas, a la orilla de unos secretos sin dueño, a la orilla de un coraje sin etiquetas, a la orilla de unos abrazos olvidados, a la orilla de unas palabras sin valor. Mis huellas desaparecen con el vaivén de la espuma y borran todo vestigio de mi diminuta presencia. Estoy anclada en la entrada, sin prohibiciones pero con recelo, sin preparación pero armada de tesón. Soy incapaz de despegar mis ojos de un azul profundo que quiere verme convertida en sirena. Pero yo sigo en la arena mojada, a la orilla de mi inexperiencia y de todas mis dudas, a la orilla de mi torpe ignorancia, junto a un montón de caracolas que, entre susurros, me piden que las regrese al mar del que vinieron para no morir enterradas.