Despertó empapado en sudor. Como siempre que la primavera daba paso al verano. No recordaba si esta vez se debía a una pesadilla o al agobiante calor que se instalaba en esas noches de finales de junio. Por la ventana entreabierta apenas entraba la tenue luz de una luna llena más pequeña de lo habitual. Ni un soplo de brisa, ni una pizca de aire que presagiara la tormenta que el conserje le anunciara para esa noche de viernes.Se incorporó levemente, encendió la lámpara de la mesilla y cogió el libro que comenzó a leer hacía no más de dos horas. Lo abrió por la página marcada y se adentró en su mundo, ajeno a la realidad, acompañado por los personajes e historias que incluían el grueso volumen. Sin remisión, se sumió otra vez en un sueño de fantasía.
“Volveré con la próxima tormenta, para que sepas que no eres tú el único que está sufriendo. Podrás verme, pero no ayudarme, al igual que yo a ti, pues tú también vendrás a mí. Volveré con la próxima tormenta para que dejes en ella tus lágrimas, como hemos hecho todos. Volveré con la próxima tormenta para que sepas que no estás solo. Para que sepas que ese día me encontrarás. Y yo a ti”. Y los ojos se le llenaron de esperanza.