"´Modifica nuestros destinos, nuestras plagas acribilla: comienza por el tiempo´, te cantaban esos niños. ´Engendra, no importa dónde, la sustancia de nuestra suerte y nuestros deseos´, te ruegan. Llegada desde siempre, tú eres la que irá por dondequiera". A una razón, Arthur Rimbaud
Fijos, los ojos fijos y no hay nada. Como el que chupa clítoris con la lengua trabada, sintiendo el deber, escupiendo el olor hacia afuera, impacientando a la que es lamida que –siempre sabe y jamás se ha de culpar por tu horror- no ofrece placer detrás de su sabor.
Fijas, las manos fijas y nada. En la nada, nada más que salvación. Como el que besa hacia su campanilla y aprieta la nuca, sin falta, protagonizando dientes de ratón. Esos, fijos, tienen todo lo que la tierra salva pero que la inefable esencia rehúsa porque –sabe- prisma la dulce, traviesa y finalmente escurridiza juventud.
Fija, la pantalla fija y nada. Nada que ver, nada que hacer. Sólo esperar al derrumbe que siempre estará al llegar. Como al que no se le para porque -sabe- ¡sabe! que el laberinto que guarda dentro esa piel ajena le dejará abierta la salida que él se empecinará en cerrar.
Pero sin capullo, varón, sin capullo, savia, limón; derrame y golpes al canto, golpes de cuánto, sin tu capullo empujando, varón, enterrado, atravesando el cuerpo como si fuera una spatha, comandando la leche de vida -¡que es a ti a quien demanda!-, no habrá sucesión; no habrá más que risas todo al rededor.