Me gusta jugar con las palabras. Darles la vuelta, unirlas de forma irreverente. En fin, disfrutar con la grandeza de las letras, un universo de posibilidades.
Me interesan los nombres de persona. Esos distintivos que señalan identidades, y aunque se les llama “propios”, pertenecen a muchos, y aún así, no los compartimos. Mi nombre es mío, pensamos...
Sin ellos no somos nadie.
Y me encantan los apellidos. Explican una historia hacia atrás, de la que se desconoce el principio. Ignorantes de nuestra procedencia, seguimos viviendo, en tiempo presente, quien sabe si repitiendo patrones que se iniciaron décadas atrás. Si quisiéramos saber, si nos sobrara curiosidad, quizás descubriríamos secretos fascinantes que nos revelarían muchas cosas de nuestras familias actuales, de nuestro presente. Mitos que se transmiten generación tras generación, sin siquiera cuestionarse, como un legado inviolable, del que ni siquiera se es consciente.
Esa es la historia, ése es el drama y a su vez, la inquietante verdad. Somos quiénes hemos aprendido a ser a lo largo de los tiempos. Poca idiosincrasia, mucha repetición. De vez en cuando, despunta algún original que se desmarca y rompe moldes, aunque no siempre será bien recibido. La lealtad familiar tiene un precio.
Nombres y apellidos. Cómo nos llamamos nos marca, nos imprime una huella distintiva y nos arraiga, para bien o para mal.
Nos dice mucho con muy poco. Hay quien luce con orgullo su nombre y lo pasea entre collares y pulseras, o aún peor, sobre su piel, o aún más peor, sobre su propia piel el nombre de otro...
Los hay que los regalan a sus hijos para inmortalizarlo (o inmortalizarse), los hay que lo esconden bajo “pilas”, los hay avergonzados de por vida y los que más, resignados.
¿Qué sabemos acerca de la historia de nuestros padres? ¿Quién eligió nuestro nombre? ¿Papá? ¿Mamá? ¿Los abuelos...? ¿Los maternos...o paternos? ¿Lo consensuaron nuestros padres? ¿Fue una elección meditada? ¿Fácil? ¿Difícil? ¿Hubo desencuentros? ¿Por parte de quién?
¿Tenía algún sentido especial el nombre escogido? ¿Perteneció antes a algún miembro de la familia, quizás fallecido? ¿Qué lugar ocupaba esta persona en la historia familiar? ¿Mitos? ¿Leyendas? ¿Honrar a los difuntos? ¿Para quién era importante?
Lo que la verdad esconde, a veces, no está oculto. Sólo hay que saber buscarlo.
Como véis, nuestro nombre, en verdad no nos pertenece, pertenece a la historia de nuestros padres. Ni siquiera a ellos... Y sin embargo, lo hacemos nuestro.