La calle casi peatonal facilita el tránsito de los visitantes, que deambulamos entre comercios y restaurantes hacia el río. Pisa se encuentra atravesada, como Florencia, por el río Arno, y la actividad de sus habitantes se ha vinculado desde siempre a este brazo de agua que domina esta ciudad etrusca originariamente, romana luego y finalmente independiente en el siglo IX, cuando tuvo su momento de gloria como pilar defensivo ante los ataques corsarios y una considerable expansión económica por el comercio de especias y textiles con Oriente.
El poder se disputaba entre las ciudades italianas y Pisa no fue ajena a la rivalidad con Lucca y Florencia; primero vencida por los genoveses y luego por los florentinos resurgió con los Médici a partir de 1406: en la Piazza del Cavalieri se pueden ver varios palazzos que hoy son edificios públicos, entre los que se destaca el Palazzo della Carovana así como la iglesia de Santo Stefano, erigidas por Giorgio Vasari por encomienda de Cosimo I.
Obviamente la Piazza del Miracoli y el fabuloso conjunto arquitectónico que conforman la torre inclinada, la Catedral, el Baptisterio y el Camposanto componen la imagen de Pisa que ha dado la vuelta al mundo y que despierta el interés de millones de turistas al año. Conviene arribar y adquirir la entrada inmediatamente porque el número de personas que puede subir cada vez a lo alto de la torre es limitado; las visitas están bien organizadas y no hay demoras significativas. Quien quiera disfrutar de la vista de la ciudad desde lo más alto del campanario del Duomo, conocido como torre inclinada, debe estar dispuesto a subir una larga serie de escalones que bien valen la pena el esfuerzo.
Se dice que Galileo lanzó desde lo alto del monumento varias bolas de cañón para probar su teoría sobre masa y velocidad: sea o no cierto, la peculiar inclinación de la torre, su color marmóreo recortado sobre el cielo en consonancia con la Catedral y el conjunto que conforman con el Camposanto y el Baptisterio sella su destino turístico de manera irrefutable. Confieso que fui sin demasiadas expectativas al encuentro de este particular campanario: sin dudas, recomiendo la visita y, si el estado físico lo permite, abordar sus 294 escalones desgastados por las pisadas de tantos viajeros seducidos por su historia.
El Baptisterio
El actual Baptisterio de Pisa fue erigido en el año 1152 y su construcción demandó dos siglos; el edificio previo erigido a tal fin era menos imponente en forma y tamaño. Su interior remite al Santo Sepulcro y si bien no resulta tan fastuoso como el florentino, la pila bautismal data de 1246 y el púlpito del año 1260 fue esculpido por Nicolás Pisano.
Dedicado a San Juan Bautista, el arte que reflejan sus paredes representa las distintas etapas de la vida del santo, bañadas por la luz que se filtra discretamente entre las ventanas. Se puede subir a la segunda planta sin demasiado esfuerzo para contemplar la perfecta alineación con el Duomo y el magnífico conjunto arquitectónico en perspectiva, siendo una alternativa posible para aquellas personas a las que les resulte dificultoso el ascenso al inclinado campanario.
El Camposanto
Los monumentos funerarios comenzaron a rivalizar en diseño y opulencia para destacar la importancia social de quienes habrían de dormir el sueño eterno en su interior. Los muros de las galerías fueron decorados con pinturas alusivas como El triunfo de la muerte o El juicio universal, que debieron recuperar su antiguo esplendor en sucesivas ocasiones: el traslado a Francia de varios sarcófagos y frescos, el abandono estatal y una bomba incendiaria arrojada durante la Segunda Guerra Mundial fueron algunos de los acontecimientos que afectaron sólo parcialmente el formidable patrimonio que guarda su interior.
Entre los monumentos mortuorios que allí se encuentran se destaca el sepulcro de don Ottaviano Fabrizio Mossotti, físico, matemático e intérprete de La Divina Comedia muerto en el año 1863, presidido por una sensual alegoría de la Astronomía del escultor Giovanni Duprè.