Puerto Iguazú es una ciudad pequeña situada en el extremo nordeste de la provincia de Misiones, cuyo desarrollo se encuentra signado por los 17 kilómetros que la separan de los impresionantes saltos de agua que conforman las Cataratas del Iguazú. Los ríos Paraná e Iguazú se fusionan en este punto geográfico y conforman tres costas diversas, cada una con características peculiares debido a que pertenecen a países distintos y dan origen a la llamada Triple Frontera: Puerto Iguazú, Foz do Iguaçu y Ciudad del Este conforman el trío de ciudades pertenecientes a Argentina, Brasil y Paraguay respectivamente, en las que la proximidad de una con las otras determina destinos distintos pero definitivamente entrelazados.
El guía nos recibe en el aeropuerto y las puertas del Boutique Hotel de la Fonte, cercano al centro pero lo suficientemente retirado como para permitirnos escuchar sonidos como el canto de los pájaros y el repiqueteo del agua de la fuente que preside el ingreso, se abren a nuestra llegada. Después de desempacar y acomodarnos en la enorme habitación que nos han reservado, almorzarmos tardíamente al costado de la piscina antes de emprender una caminata hasta el punto geográfico más característico de la ciudad: el Hito de las Tres Fronteras.
El Paraná y el Iguazú se entrelazan sin prisa frente al monumento donde confluyen las tres banderas; a poco de contemplar el paso de las aguas se advierte el tinte rojizo debido al altísimo contenido de minerales ricos en hierro que determinan la composición de la tierra y su excepcional fertilidad. La provincia de Misiones ha logrado conservar parte del ecosistema conocido como Mata Atlántica, cuya riqueza y diversidad se asemejaban a la selva amazónica; la tala indiscriminada y la deforestación han hecho estragos en esta zona verde del planeta, a punto tal que sólo el 7 por ciento ha sobrevivido a su mayor depredador: el ser humano.
Al regresar al hotel cenamos en el restaurante De La Fonte cuyo propietario es también el alma mater del hospedaje. Italiano de nacimiento y misionero por adopción, Matteo Lagostena emplea su propia técnica a la que denomina “compresión de sabores”, una fusión entre las tradiciones italiana y francesa que genera como resultado platos sabrosos y originales. El postre, que compartimos por el mero placer de la gula, fue un helado acompañado por chocolate blanco rallado y flan de mascarpone: sencillamente exquisito.
La postal brasileña
Al otro día nos despertamos muy temprano para desayunar con tiempo antes de emprender el recorrido por el Parque Nacional do Iguaçu, que contiene un tramo perteneciente a Brasil desde el que se obtiene una vista panorámica descomunal de las cataratas. Es la tercera visita que realizo a esta zona bendita y el espectáculo sigue siendo tan intenso como la primera vez; no obstante, le advierto a Juan que debuta en su recorrido por estas tierras que Brasil proporciona sólo una postal, fabulosa por cierto, de los descomunales saltos de agua.
El paseo es amable por cuanto está constituído por una sola pasarela que atraviesa el parque en un único sentido; hay algunas escaleras que pueden dificultar el acceso pero no resulta agotador ni arduo y la temperatura acompaña en esta época del año. Los miradores permiten apreciar casi la totalidad de los saltos y allí, donde se levanta una bruma entre la que se desplazan con gracia los vencejos se adivina la presencia formidable del salto entre los saltos: la Garganta del Diablo.
El mirador finaliza el recorrido en un ascensor panorámico que puede ser abordado por aquellos que resisten caminar el tramo que resta entre subidas y bajadas; nosotros escogemos esta última opción y somos acompañados el resto del camino por los coatíes, simpáticos mamíferos que habitan todos los rincones del parque cuyo nombre en guaraní remite a la característica nariz alargada que les es propia.
El espacio fue inaugurado en 1994 por Dennis y Ana Croukamp, empresario y veterinaria respectivamente, quienes se trasladaron desde África hasta Brasil donde adquirieron 16 hectáreas de bosque subtropical. El objetivo, instalar un parque de rescate y conservación de aves, requería desmontar toda especie arbórea invasora y plantar cientos de árboles nativos que habían sido talados. Las primeras aves arribaron desde zoológicos y también desde casas de familias que las habían adoptado como mascotas y ya no podían hacerse cargo; poco a poco se fueron integrando especies en peligro de extinción o vulnerables por el tráfico o por la falta de hábitat natural debido al avance del hombre.
A poco de ingresar en la entrada se avista un lago artificial en el que abundan los peces y más de 40 ejemplares de flamencos; en el Vivero del Bosque conviven urracas, tucanes y tordos que se desplazan por las copas de los árboles. Los diversos sectores se encuentran cuidadosamente separados por puertas metálicas para evitar el desplazamiento de las especies ya que el parque cuenta con ejemplares bravos como las arpías, el ave de rapiña más fuerte que existe y que se encuentra en peligro de extinción, habiéndose logrado la reproducción en sucesivas oportunidades.
La devastación del bosque y el tráfico indiscriminado han generado emprendimientos como este parque que, paradójicamente, procura restaurar un orden natural que ya ha sido alterado. Pese al cuidado y esfuerzo de la administración del lugar en relación al bienestar de los animales nos vamos del lugar con un sentimiento ambivalente, porque en definitiva el hábitat natural de estas especies debería ser la Mata Atlántica a la que pertenecen sin necesidad de intervención alguna, en plena libertad.