Revista Literatura
Ay, que la balanza se ha movido un poco.
Ayy, que he visto un libro bien publicado, con su presentación en Madrid (sus tags y sus fotos y el posible vermú después) y su papel. Con el tema de crónicas de la crisis, la misma idea.
Ayayay, que el artículo en la lectura diagonal de la mañana hace un listado de tropecientas neo-editoriales versión eBook. Y noto ese pellizco de culpabilidad, eres una cabezona por querer hacerlo sola, por qué no esperas, busca el logotipo de una editorial.
Pero no. Más libertad auténtica para escribir lo que es y no lo que debería ponerse.
Necesito tabaco para observar con más cuidado esta variación de martes. Y que pase el tiempo, hasta la hora de regresar a las calles a informar sobre otra ONG (sí, pertenezco a esa tribu de individuos que asaltan a los paseantes, carpeta en mano).
Una chica quiere que me lleve una marca que no fumo, a cambio de un mechero que vale 80 céntimos en el bazar chino. Sonrío y le pido que no gaste saliva, que me llevaré un paquete. Hace no tanto tiempo estaba donde ella, con la misma marca incluso. Podría torturarme pero ya bastante tengo hoy, así que evito preguntarle qué agencia la ha contratado; seguro que es una de tantas donde no me han cogido. Hace no tanto tiempo mi primer sueldo mileurista llegó con esa misma actividad que ella hace. De los 700€ en una redacción a los 1.200€ por estar de pie todo el día. Le saco una cabeza. Me toma los datos para el sorteo de un iPad. Y otros datos estadísticos que yo también recopilaba. ¿Qué edad me has dicho, 24? No, 34. Jooo-der, se le escapa, te conservas muy bien. Lo dice sinceramente, ya le he comprado su mierda. Y de qué me vale, pienso, tu empresa es una de las que ha visto la cifra y no me quiso contratar. En ese curriculum sigo poniendo una foto de cuando los 25 años. Coincide el corte de pelo con exactitud milimétrica. Nada ha cambiado. No lo suficiente. Sí, ahora tengo una espinilla adolescente a destiempo, en la barbilla. Firmo en el HTC táctil, evitando mirarle a los ojos, la tentación de preguntarle quién lleva esa campaña. Adiós. Adiós, gracias.
Ya de vuelta todo en su sitio, el vaso de café, el cenicero, el teclado.
Debería encontrarle un nombre a esta sensación de "destiempo".
Me acuerdo ahora, no sé por qué, de Steve Jobs. Como personaje público es el único (o el primero que haya escuchado) en verbalizar lo mismo que he comprobado de las conexiones en los acontecimientos, en su famoso discurso de Stanford. Es muy posible que si todos mis trabajos no hubieran sido basura, temporales o precarios, incluso antes de la crisis, ahora no habría surgido ese impulso animal (asesino, obsesivo) de publicar a toda costa, uno tras otro, todos los libros reescritos. En vez de perder el tiempo buscando explicaciones a cosas como las que cuenta Elizabeth Gilbert que le pasaban a la poeta Ruth Stone. 10:16
Renuncio, ya me he dado por vencida. Nunca encontraré explicación. Pero sí ha llegado el momento de no esconderse, en una esquinita, pensando que puedo ser un alien. Le ocurre a más gente.
Qué coño importa si ahora escribe todo el mundo.