Prólogo
El cazador
Nunca en su vida había tenido el presentimiento de que algo malo estaba por suceder. Sin embargo, cuando llegó a Reynosa, aquello despertó en él a su demonio interno. Estaba en la calle García cercas del Bar San José cuando su compañera apareció junto a él. Era una muchacha de algunos dieciséis años, tenía la piel blanca y el cabello rubio. Sus ojos azules brillaron en la oscuridad de la noche. Permaneció en silencio hasta que el muchacho alzó la mirada hacia ella.
— ¿Estás seguro de que estamos en el lugar correcto? —le preguntó.
—Sí, completamente seguro.
—Parece un pueblo —replicó ella.
—Es un pueblo —le dijo.
El cazador se dirigió al coche. Era un Nissan, de color gris, con placas extranjeras. Abrió la cajuela y cogió el maletín de cuero, mientras la muchacha caminaba por detrás de él. El maletín contenía dos revólver, seis balas y una daga, que parecía más bien una estaca. Se había preparado muy bien, sabia a lo que se enfrentaba. Pero temía por su compañera. Era muy fácil que resultara herida, o peor aun que la convirtieran en uno de ellos. Furioso consigo mismo, cerró el maletín y le ordenó que subiera al auto.
— ¿Qué haces? —la muchacha lo miró a los ojos.
—Irnos —contestó, arrancando el motor.
—Sabes que no me refiero a eso —insistió.
—Eres muy persuasiva, ¿verdad?
La muchacha se encogió de hombros.
—Un poco.
—Debí saberlo —dijo, tomando el volante.
—Bien, ¿A dónde vamos?
—Iremos a visitar a unos amigos —dijo el cazador, pasándose los dedos entre los cabellos que cubrían su frente.
— ¿Y de qué clase de amigos estamos hablando? —preguntó la muchacha con el ceño fruncido.
El cazador mostró una sonrisa maliciosa.
—Lo sabrás muy pronto.
El auto se puso en marcha y desapareció en la oscuridad de la carretera.