Revista Literatura

En tránsito

Publicado el 21 mayo 2014 por Humbertodib
En tránsitoEstoy llegando tarde, estimo que deben haber pasado más de quince minutos desde que comenzó la clase. Ya en el pasillo alcanzo a escuchar su voz estentórea, entonces me corre un frío eléctrico por la espalda, pues me dijeron que es un profesor excelente, tal vez el mejor, el más sabio de la Academia de Bellas Artes, no puedo evitar sentirme avergonzado por mi atraso en el primer encuentro. La puerta está entornada, así que me demoro unos segundos más para verlo en acción: va y viene con pasos nerviosos, se detiene cerca de la pizarra, traza unos garabatos, gesticula con vehemencia, se apoya en el escritorio, suelta una carcajada... Es intimidatorio. Golpeo suavemente el vidrio esmerilado con los nudillos, me siento muy cohibido, pero la incomodidad llega al paroxismo cuando, por mi culpa, deja una frase (que intuyo magistral) a mitad de camino, suspendida en el abismo de un pronombre personal átono. ¿Discúlpeme, esta es el aula 324, usted es el profesor Arnulf Rainer? Le pregunto estas dos obviedades para ganar tiempo, para atenuar mi falta, no sé bien para qué, y después abro un poco más la puerta con la intención de escabullirme hacia adentro del aula. Entonces me doy cuenta de que no hay nadie más en el lugar, por primera vez en mi vida entiendo lo que significa recibir el mazazo de una verdadera sorpresa. Lo miro a los ojos y luego miro hacia los bancos vacíos, lo hago dos, tres, cinco veces, hasta que él comprende que se trata de una interrogación muda (wordless quedaría mucho mejor). Rainer da cuatro zancadas hasta quedar a menos de un metro de donde yo estoy, y me espeta, con un tono teatral de reclamo: ¿Qué es esa máscara, esa parodia de rostro que la sociedad ha cincelado en tu espejo? No le respondo nada, qué podría decir, apenas cierro la puerta y me retiro, mientras él vuelve al centro del aula y termina la frase que había dejado colgada en el lo. Me voy sin juzgarlo ni juzgarme, si me parece maravilloso ver cómo la realidad -una realidad cansada de tanta narración prolija y de atavíos afectados- transita hacia la ficción, ya sin ningún tipo de permisos o reparos.

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