Puede que me haya cansado de este asfalto que parece hierro fundiéndose y arde más que el infierno de tus miradas de odio. ¿Por qué unos ojos tan dóciles como un cachorro recién nacido aparentan ser de fiera o de piedra? ¿Por qué se me clavan como espadas entre las costillas y me llegan incluso al hígado haciendo más daño que quince mil litros de alcohol? Hay miradas que matan dicen, pero yo considero que en realidad hay corazones que mueren. ¿Qué diferencia hay? En un mundo de científicos que buscan argumentos para sus teorías los ojos son incapaces de llegar al corazón, y en un mundo de idiotas sentimentales (como yo y nunca tú) el corazón es capaz de sentir lo que quiera que trasmitas entre tanto odio. Porque el corazón es capaz de eso, de sentir. Y el corazón es capaz de doler. Es capaz de dejar de latir, y a esto vulgarmente lo llaman morir. ¿Pero en realidad qué es morir? ¿Dejar de vivir o sentir que me matas? Puede que morir sea ser tan sumamente gilipollas como para no entender que ningún latido debería depender de ninguna persona. O puede que me guste ser así de gilipollas por si mañana te cambia la mirada.
¡Feliz domingo! Si me permitís usar la ironía claro. Espero realmente que tengáis un buen día, a pesar de que aquí no deje de llover mientras yo estudio para los cuatro exámenes que tengo esta semana. No voy a pedir disculpas por la tardanza, puesto que ya sabéis los motivos de mis ausencias repentinas. Este texto es un poco diferente a lo que os tengo acostumbrados, pero aún así espero que os guste y que se entienda bien lo que se quiere expresar con cada frase. Contestaré vuestros comentarios a lo largo de la semana, y espero haberlos respondido todos para el próximo domingo. Estoy pensando hacer algo especial por navidad, pero aún no tengo nada claro, así que puede que acabe siendo una sorpresa. Llueve más por dentro que por fuera, M.