Revista Literatura

En tus pupilas Capítulo 1

Publicado el 20 febrero 2011 por Lissy
Otra vez el mismo sueño. Me desperté con la extraña sensación de que mi habitación había sido invadida por la niebla y que aunque abriera los ojos no podría ver nada. Estiré la mano en busca del interruptor de la luz. La habitación se iluminó y yo me senté en la cama de un salto mientras luchaba por recuperar la respiración. Estaba asustada. Cada noche mi sueño se hacía más real.
Miré hacia el despertador y me sorprendí. Eran solo las cinco. Acomodé la espalda contra la pared y me tapé la cara con las manos. A mi alrededor solo había silencio. Papá y mamá dormían y tu seguramente todavía no habías regresado de alguna de esas fiestas en las desperdiciabas lo mejor de ti.
Al pensarlo, mi dolor se convirtió en algo real. Eras mi hermana, solo dos años menor que yo, pero aun así, te habías acostumbrado a vivir al límite y buscabas de la vida las experiencias más extravagantes y atrevidas. Cada vez que te miraba pensaba en el Big Bang y me imaginaba que la explosión de energía que según los científicos dio origen al universo debía parecerse mucho a ti.
Llegaste al mundo una noche de abril. Papá y mamá, siempre tan raros y extravagantes, decidieron llamarte Keisi y tú siempre odiaste ese nombre, hasta que a los trece años descubriste que significaba ¨la que es hermosa¨.
Mi primer recuerdo tuyo es de cuando tenías cinco años. Entonces no te gustaba ponerte zapatos. Mamá lo había intentado todo pero ya a tan temprana edad dabas muestras de ese carácter rebelde que sería tu seña de identidad y correteabas plácidamente por toda la casa con los pies desprovistos de zapatos. Yo tenía siete años y todavía dormíamos juntas. Tú te acurrucabas a mi lado y me cogías de la mano.
La madre de una de mis amigas del cole me había invitado a pasar unos días con ellos en un piso que tenían en la playa. Era la primera vez que pasaba más de dos días fuera de casa y tú te enfadaste mucho porque le tenías miedo a la oscuridad y nunca antes habías dormido sola. Te negaste a comer durante varios días y aunque estabas acostumbrada a que todos se doblegaran a tu voluntad, aquella vez te tocó someterte a ti. Le prometiste a mamá que te pondrías zapatos a cambio de que me hiciera volver.
A medida que fue pasando el tiempo quedó claro que no podíamos ser más diferentes. Tú eras como una tormenta de verano en el mar Caribe mientras que yo apenas me podía comparar con una llovizna pasajera.
A mí me gustaba quedarme en casa durante los días lluviosos, escuchando el sonido de las gotas al caer y mirando los rayos estallar en el cielo. Tú, en cambio, te descalzabas como cuando eras pequeña y salías a la calle para volver luego toda mojada y fría pero feliz y risueña.
Aún así, a medida que aumentaban las diferencias en nuestros caracteres, también se acentuaba ese extraño vínculo que parecía unirnos. La falta de similitudes nos llevaba a la complementación.
La profesora de Filosofía nos explicó una vez que no existían los conceptos puros, que todo lo que existía llevaba a su contrario en su interior. No sabríamos lo que es la alegría si no conociéramos la tristeza, no apreciaríamos lo dulce de no haber probado antes lo amargo. Así pues, tú y yo éramos lo extremos opuestos de una misma materia. Y aunque en apariencia solo compartíamos la información genética, había algo mucho más profundo y difícil de explicar.
El sonido de una puerta al cerrarse me sacó de mis pensamientos. Supuse que serías tú y mi suposición se vio confirmada cuando un minuto después se abrió la puerta de mi habitación y tu mirada verde lo abarcó todo. No parecías sorprendida de verme despierta pero aun así me pregustaste si no podía dormir.
Yo te miré y sonreí mientras negaba con la cabeza. Intentando hacer el menor ruido posible cerraste la puerta a tu espalda. Me di cuenta de que llevabas tus botas favoritas por lo cual supuse que volvías a estar interesada en un chico después del fiasco que te habías llevado con Darío. Siempre había admirado esa capacidad de superación que te ayudaba a continuar adelante aun cuando las circunstancias te fueran adversas. Tú tenías lo que los creyentes llaman fe pero como eras mucho más práctica, le llamabas seguridad en ti misma. Yo nunca vi la diferencia.
Te acercaste a la cama para abrazarme y me besaste el cabello. Yo me refugié agradecida entre tus brazos y cerré los ojos deseando que tu presencia pudiera borrar mis pesadillas.
- ¿Otra vez el mismo sueño?- Me preguntaste
Yo volví a asentir y me estremecí. Tú me abrazaste con más fuerza y susurraste en mi oído:
- Olvídalo. Déjalo ir. Solo era un sueño.
   Continúa...

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