La isla más austral del mundo pertenece tanto a Argentina como a Chile; la capital de la provincia argentina Tierra del Fuego es Ushuaia, que en lengua yámana significa bahía del poniente. Los pueblos originarios fueron exterminados implacablemente en la región, primero por la colonización foránea y luego por la llamada Campaña del Desierto emprendida en el siglo XIX desde el gobierno central para ganar territorio; hoy sólo quedan unos pocos sobrevivientes de estas etnias desaparecidas, que perviven en algunos nombres originarios del territorio.
Ushuaia se emplaza en la costa norte del que fuera el canal Onashaga, hoy canal de Beagle, al pie del glaciar Martial y en la imponente Cordillera de los Andes. El clima es especialmente crudo y los 3 grados se sienten como hielo sobre la piel al descender del avión; los ambientes, como contrapartida, se encuentran calefaccionados a punto tal que conviene vestirse en capas. El personal del hotel Albatros nos recibe amablemente y, una vez instalados, nos dirigimos a explorar el centro de esta ciudad emplazada en forma ascendente al pie de las montañas nevadas.
Un tardío almuerzo en la antigua Almacén de Ramos Generales, cuyo dueño originario arribó desde el lejano Líbano en 1913 para hacerse cargo del establecimiento erigido en 1906: José Salomón convirtió al lugar donde se abastecían los pobladores en un sitio de encuentro social y cultural. Hoy conserva intacta la mística del comienzo y su cocina y panadería son un clásico; por recomendación de Marcela pruebo la cremosa sopa de calabaza, un manjar para transmutar el frío en placer para el paladar.
Ushuaia es un área aduanera con régimen especial impositivo por ende los productos nacionales e importandos resultan económicos en relación a los precios del continente, a la manera de un freeshop. Perfumes, cosméticos y electrónica se despliegan en la Avenida San Martín entre los comercios gastronómicos en los que el chocolate y los frutos rojos ocupan un lugar privilegiado: el clima, en esta bendita ciudad austral, es una buena excusa para degustarlos sin culpa.
Los reclusos eran trasladados en un pequeño tren hasta la inhóspita naturaleza donde se encuentra hoy el Parque Nacional, en un recorrido que comenzaba en la cárcel y concluía en la ladera del monte Susana: los últimos siete kilómetros de esta travesía pueden ser revividos por los visitantes en el Tren del Fin del Mundo, en condiciones bastante más benignas que aquellas que padecían día tras día aquellos desdichados.
El paisaje resulta sobrecogedor y la limpieza del aire insufla energía vital a los pulmones al descender en la primera estación para avistar la cascada de la Macarena. A lo largo del recorrido la historia del tren se entrelaza con la vida de los reclusos a punto tal que el río Pipo, cuya lengua de agua se desliza en recodos por la montaña, recuerda con su nombre a un recluso que intentó escapar de su destino pese a la doble hilera de guardias, a la condición insular del territorio y a la inclemencia del clima; no tuvo éxito y fue encontrado congelado unos días después, pero su coraje pervive en el nombre de la corriente de agua.
La locomotora al vapor, los vagones pequeños que son asegurados a mano, los ventanales que permiten apreciar el paisaje en todo su esplendor y la posibilidad de recorrer una parte inaccesible del Parque Nacional dotan a la excursión en el Tren del Fin del Mundo en una experiencia inolvidable. Al descender nos esperaba nuestro guía para continuar descubriendo nuevos rincones, pletóricos de naturaleza.
Parque Nacional Tierra del Fuego
Los árboles de lenga custodian desde tiempos inmemoriales los confines del parque, cuyos bosques próximos al mar conforman una bahía de cristalina belleza que los yámanas denominaron Lapataia o bahía de madera, en la que desemboca el río del mismo nombre. El cerro Cóndor, cuya cima nevada se aprecia en la fotografía, pertenece tanto a Chile como a Argentina; el límite lo marcan las nieves eternas.
Hay aves como el pájaro carpintero gigante y la garza morada, que al igual que zorros y guanacos se dejan ver al caer el sol, lejos del ruido perturbador al que somos afectos los humanos. Y también hay castores desde la década del ´50, cuando 25 casales fueron importados desde Canadá a fin de producir pieles. El proyecto no tenía planificación ni coherencia, porque los castores se reprodujeron indiscriminadamente sin depredador natural que controlara la expansión desmedida depredando a su vez el bosque, ya que sus madrigueras precisan de los árboles para ser construídas. Hay planes para erradicarlos, pero a la fecha existen unos 10.000 castores en el Parque Nacional.
Nuestra excursión concluye cinco horas después, con el sol reverberando en el cielo y una temperatura que ronda los 6 grados. La visita al parque ha sido una maravillosa experiencia de contacto pleno con la naturaleza fueguina; por la tarde probamos el chocolate de Laguna Negra con una porción de cheese cake de frutos rojos luego de un paseo por la Avenida San Martín, mientras cae la noche temprana sobre Ushuaia.