Señor Juez, yo no robé esa moto. Ella me robó a mí.
Mis ojos, cautivados, se posaron en sus curvas. Llovía, algo normal en otoño. Ella, empapada, chorreaba sensualidad. Limpié las gotas de deseo que inundaban mi frente y la besé. Alcancé el paroxismo al montarla de manera salvaje. Huí.
Señor Juez, yo no robé esa moto. Ella me robó a mí.
Señor Juez, yo no robé esa moto. Ella me robó a mí.