Un hombre solo
-Son las doce horas, un minuto y quince segundos. El hombre colgó con un fuerte golpe. Repetía el mismo mensaje desde hacía más de dos horas, aunque al menos este teléfono respondía. Era el único. Miró la pantalla del televisor, cubierta de nieve electrónica. Desechó la idea de acudir al aparato de radio: sólo emitía un pitido enloquecedor. Se acercó a la ventana cerrada y, mientras se mordía las uñas, vigiló la calle desde sus tres pisos de altura: vacía. Meditó. Con agua corriente y la nevera casi llena, podría aguantar muchos días. Antes de volver al sofá, no pudo evitar mirar de reojo la puerta del apartamento. Plan de fuga . -Son las doce horas, un minuto y quince segundos –susurró-. Un tipo acaba de decirlo y si lo he escuchado es buena señal. Me voy. No puedo con esta claustrofobia, esta humedad… -¿Y nosotros, qué hacemos mientras tanto?-Tú espera a las doce horas y seis minutos, y me sigues. Al calvete que te acompaña le dices que aguarde un poco más hasta que se sienta preparado. Con algo de suerte, los tres estaremos libres para el almuerzo.
-O.K. Ten cuidado al salir. Van armados.
Y a las catorce horas y siete minutos, “El Palanca” y su esposa pudieron abrazar finalmente a sus trillizos, según el plan previsto.