Estos días me siento llena de ENERGÍA. Tengo muchas ganas de hacer un montón de cosas: ganas de crear (decorar, hacer manualidades, escribir), ganas de aprender (ver documentales, leer, pensar), ganas de moverme (salir de casa, hacer ejercicio, pasear), ganas de sentir (amar, emocionarme, confiar).
Estoy especialmente contenta por ello, ya que hace dos semanas que dejé (¿definitivamente?) los antidepresivos, y me atemorizaba volver a sentirme hundida y sin fuerzas. Mi doctora y mi psicóloga me convencieron de que tenía que darme esta oportunidad, y aunque en un principio yo tenía dudas, he de reconocer que no se equivocaban.
También es verdad que esta actividad desenfrenada puede ser una manifestación de euforia. Mi psicóloga ya me ha advertido muchas veces de que la euforia es una de las muchas caras de que tiene la ansiedad; una cara muy agradable, evidentemente, pero no por ello un síntoma de salud. Así que algo de eso puede haber, ya que mis antidepresivos tenían un poco de anxiolítico.
Por otro lado, hace poco leí que, en ocasiones, la euforia puede ser una consecuencia del insomnio prolongado. Paradójico, ¿verdad? No duermes en tres días y, en vez de sentirte como una braga, ¡te sientes pletórica! Y da la casualidad (o, más bien, no da) de que vengo sufriendo de insomnio desde hace varias semanas (lo de todos los veranos, vaya). A pesar de ello, durante el día actúo como si me hubiera tomado diez cafés, cuando apenas me bebo un té por la mañana, y poco cargado.
En cualquier caso, pienso aprovechar esta inyección de energía todo lo que pueda, pues me llena de seguridad en un momento en que me siento especialmente vulnerable. Además, puestas a sufrir ciertos efectos secundarios de haber dejado la medicación, prefiero sentirme la reina de Saba que volver a arrastrarme cual lánguida babosa de secano.
¡Encantada!