El domingo por la tarde me puse mala, creo que me intoxiqué. Fui de mal en peor hasta el lunes por la mañana, cuando me estacioné en "mal" y a partir de entonces fui mejorando poco a poco hasta recuperarme ayer por la noche. Hoy amanecí como nueva, pero no porque me sienta bien, que sí me siento bien, sino porque la enfermedad fue purgativa del alma.
Tenía mucho tiempo despertando sin ganas de levantarme, no porque no me gustara la perspectiva del día, sino porque me gustaba mucho más la perspectiva de la cama: por sueño, pues. Pero luego de dos días sin poder atender a mi niña -y dos días de descansar, lo cual cuenta bastante-, hoy me levanté con mucho gusto de poder hacerlo. "Ya levántate para que hagas comida", me decía la criatura -no estuvo sin comer, tampoco-. Además, hoy desperté tranquila. Hay algunos eventos o incidentes que me dejan medio noqueada a gusto, no precisamente aletargada sino como reprogramada para funcionar a menos revoluciones por minuto; hoy sé que la intoxicación es uno de ellos. Se siente bien.
La enfermedad, por otra parte, es una oportunidad para apreciar a las personas que están ahí mostrando interés, dando aliento y apoyando. Un simple, "¿te sientes mejor?" hace que lo malo no sea tan malo. Y nada como cuando alguien hace un esfuerzo para facilitarle la vida a una, como en esa canción que dice: "mi trabajo que a otros descanse".
Y pues, decidí volver a estar contenta con el tipo de contento que sonríe. Yo soy muy de sonreír y hacer tonterías sola, sola con mi niña; desde que volví a compartir la casa con el papá de ella, perdí terreno de sonrisa; pero lo voy recuperando.
Silvia Parque