– Qué triste esta enfermedad…
– Cuál?
– La degenerativa del ser. La que corroe el alma y el corazón. Como si te hubieran agarrado con lejía y odex.
– Eso es contagioso?
– Claro. Por más que tu casa tenga una puerta chiquita y encubierta, a un costado, poco visible y accesible, siempre hay alguien que se cuela. Y no son luciérnagas, ni bichitos de luz, ni vaquitas de San Antonio, ni siquiera son tristes polillas. Siempre hay alguien que se mete por una hendija, y va directo al primer cajón de la cómoda de tu pieza, donde sabe tenés el collar trucho con cuentas multicolores. Lo agarra, te lo coloca en tu cuello mientras simula un tibio murmullo de su boca. Más tarde, con las defensas bajas, tira de éste hasta que las cuentas desaparecen por la rejilla de la ducha.
– Y es letal?
– Depende del tiempo que te lleve reconstruir todo.
– Y eso cómo sería?
– Eso sería como ir de campamento a un lugar con bosque y mar. Estar muchos días, juntar caracoles, piedritas, objetos extraviados, botellas vacías, anzuelos que dejaron los pescadores, capturar alguna estrella fugaz, soplar y sudar mucho, llorar más.
Comprar nuevos cuadernos, hacer otros viajes y volver. Abrir la puerta, sahumar, gritar descalzo y desnudo, rajarse la vestimenta y hacerla fogata, irse a dormir y cubrirse con todo lo recolectado, para que a la mañana siguiente del domingo, con una aguja y una tanza volver a reconstruir un collar trucho y multicolor.
Patricia Lohin
Imagen propia
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