Con la llegada de la crisis asistimos a un escenario de pánico social que fue calando gota a gota en todos los estratos poblacionales, despertando el miedo más primigenio de la especie humana: la incertidumbre, el miedo a lo desconocido, la sensación de inseguridad y desprotección.
En pocos años las necesidades de seguridad establecidas por Abraham Maslow en 1943, a saber, seguridad física, de empleo, de recursos, moral, familiar, de salud y de propiedad privada, garantizadas en las últimas décadas en un estado de bienestar sólido, se han puesto en tela de juicio frente a la incapacidad de un sistema económico disfuncional para frenar su propia inercia y reinventarse.
En Occidente, si bien asistíamos ya a una cultura farmacéutica basada en el alivio inmediato del malestar, con el flemático proceso de destrucción de empleo y la ausencia de expectativas reales de superación, encontramos un panorama plagado de personas aquejadas de infelicidad.
“Doctor: me late fuerte el corazón, no duermo por la noche, estoy agotado y lloro por cualquier cosa, ¿qué tengo?”
Frente a la inestabilidad y los cambios bruscos en la vida se multiplican los síntomas ansioso-depresivos, a saber: angustia, tristeza, insomnio, palpitaciones, presión torácica, sudoración, problemas gastrointestinales, dolores de cabeza, mareos, cansancio, apatía, desasosiego, somnolencia, pánico, desazón, irritabilidad, desesperanza y un sinfín de vivencias dolorosas e incómodas que nos ponen en alerta.
¿Pastillas para no pensar? ¿O pensar para curarme?
Acudir a la ayuda psicofarmacológica en muchos casos es imprescindible, en muchos otros, simplemente un silenciador de los síntomas que nos avisan de que algo tenemos que resolver en nuestras vidas, de que ha llegado el momento de parar, observar, escucharnos y enfrentar nuestro dolor. Acallar los síntomas es sin duda un alivio instantáneo que nos permite seguir caminando por la misma senda, sin embargo implica directamente una patologización de nuestros procesos de cambio.
La aparición de signos externos de malestar no implica per sè el diagnóstico clínico de un cuadro médico, de lo que sí nos informa es de la incapacidad, en un momento de la vida, para hacer frente a una situación en la que no tenemos recursos disponibles, alejándonos de la asunción de nuestra propia historia, en definitiva, nos muestran el grado de infelicidad acumulado.
Atajos o procesos, resistencias o cambios
Si optamos por los atajos nos quedaremos en el “no cambio” haciendo uso exclusivo de ansiolíticos, antidepresivos e hipnóticos. A golpe de recetazo encontraremos una solución rápida y poco comprometida a costa de un rechazo abierto al mundo emocional y el reconocimiento del dolor psíquico como parte de nuestras vidas.
La alternativa de larga duración es sin duda más lenta, dolorosa incluso en sus inicios, abstracta en sus conceptos, armoniosa en sus objetivos y costosa por las resistencias personales al “cambio”, la psicoterapia como herramienta para poner palabras al dolor, para elaborar vivencias con alta carga emocional, para aceptar situaciones irreparables, para generar cambios necesarios, para crecer y para no silenciar sino eliminar los síntomas, se convierte en el proceso de solución alternativo, y en su caso, conjunto, a los psicotrópicos.
“La crisis nos desordena, nosotros enfermamos”
La crisis, la incertidumbre y el desconcierto generan miedo y sin duda interfieren en esa falsa estabilidad percibida, sin embargo, las herramientas de las que dispongamos y la actitud que seamos capaces de activar serán la clave para enfermar o reinventarse.
Tenemos que tomar un camino:
¿Nos instalamos en la angustia o caminamos juntos hacia la superación?