Revista Literatura

Enjaulados

Publicado el 03 junio 2011 por Tuky @Tuky
Como a muchos les pasará yo también, a veces, prolongo los finales de los libros sólo por el placer de leerlos.
Así es que llevo meses con el libro de Murakami entre las pupilas y cuando veo que estoy avanzando muy rápido, me obligo a dejarlo para estirar la lectura. Es que de verdad (aunque sé que es inevitable), no quiero que se me termine jamás ese libro.
Hoy, ocurrió que me levanté tempranísimo y para mi viaje solitario de subte me llevé a ese escritor. Digo “viaje solitario” porque minutos antes de las seis de la mañana, en Buenos Aires, las calles están aún dormidas.
Sentada en el subte cual ovillo de lana con mi bufanda, abrí el libro y comencé a leer.
A Murakami se le ocurrió contarme hoy, lo que pasó en el zoológico.
Básicamente, para los que todavía no tuvieron la suerte de llegar a ese libro, el autor cuenta como unos soldados tuvieron que sacrificar a los animales del zoológico, previo a una invasión militar.
No es solamente, que me impresionara el tema; lo que me impactó fue la forma en que lo narró.
El subte desapareció y yo, estaba ahí presenciando la matanza.
Yo, estaba dentro del libro escuchando los alaridos de los animales que intentaban, en vano, defenderse de las balas.
Me despedazó tanto sumergirme así entre las páginas, que lloré. Sí, sentada en el subte D, sin que me importe quién mirase, yo lagrimeaba devorando las páginas.
Hice todo el viaje sin despegar los ojos de la lectura, y cuando el aire de éste invierno me golpeó las mejillas en Constitución, caí en la cuenta de cuánto oxígeno me había olvidado de respirar.
Hoy a la mañana, dos cuadras más allá de la estación, miré a mi alrededor y al notar que nadie andaba, frené mis pasos junto a un árbol. Lloré sostenida por ese tronco como llora uno, cuando nadie mira.
Lloré, y en mi llanto me pregunté por qué lo hacía.
No lloraba por los personajes de un libro, lloraba por la muerte misma de todas las cosas puras.
Lloré la muerte injusta.
Lloré la impotencia que da la muerte.
Lloré tan desgarradamente, que tuve que ponerme en cuclillas para intentar calmarme. Agazapada, mirando la vereda ausente de sol, me maldije por ser tan maricona; y por el mismo precio, insulté a Murakami para luego, insultarme por difamarlo.
El enojo de varios remitentes me dio fuerzas para pararme y, pasándome el puño del pullover por los párpados, continué el viaje hasta el trabajo.
Traté de olvidarme del libro, no pensar en Murakami, ni en sus párrafos.
Hace un rato, una amiga, desconociendo por completo esto que me pasó en el viaje; me pasa éste link (que tiene dos notas) y me detengo a leer la segunda:

Sal con una chica que lee (Por Rosemary Urquico)
Sal con alguien que se gasta todo su dinero en libros y no en ropa, y que tiene problemas de espacio en el clóset porque ha comprado demasiados. Invita a salir a una chica que tiene una lista de libros por leer y que desde los doce años ha tenido una tarjeta de suscripción a una biblioteca.
Encuentra una chica que lee. Sabrás que es una ávida lectora porque en su maleta siempre llevará un libro que aún no ha comenzado a leer. Es la que siempre mira amorosamente los estantes de las librerías, la que grita en silencio cuando encuentra el libro que quería. ¿Ves a esa chica un tanto extraña oliendo las páginas de un libro viejo en una librería de segunda mano? Es la lectora. Nunca puede resistirse a oler las páginas de un libro, y más si están amarillas.
Es la chica que está sentada en el café del final de la calle, leyendo mientras espera. Si le echas una mirada a su taza, la crema deslactosada ha adquirido una textura un tanto natosa y flota encima del café porque ella está absorta en la lectura, perdida en el mundo que el autor ha creado. Siéntate a su lado. Es posible que te eche una mirada llena de indignación porque la mayoría de las lectoras odian ser interrumpidas. Pregúntale si le ha gustado el libro que tiene entre las manos.
Invítala a otra taza de café y dile qué opinas de Murakami. Averigua si fue capaz de terminar el primer capítulo de Fellowship y sé consciente de que si te dice que entendió el Ulises de Joyce lo hace solo para parecer inteligente. Pregúntale si le encanta Alicia o si quisiera ser ella.
Es fácil salir con una chica que lee. Regálale libros en su cumpleaños, de Navidad y en cada aniversario. Dale un regalo de palabras, bien sea en poesía o en una canción. Dale a Neruda, a Pound, a Sexton, a Cummings y hazle saber que entiendes que las palabras son amor. Comprende que ella es consciente de la diferencia entre realidad y ficción pero que de todas maneras va a buscar que su vida se asemeje a su libro favorito. No será culpa tuya si lo hace.
Por lo menos tiene que intentarlo.
Miéntele, si entiende de sintaxis también comprenderá tu necesidad de mentirle. Detrás de las palabras hay otras cosas: motivación, valor, matiz, diálogo; no será el fin del mundo.
Fállale. La lectora sabe que el fracaso lleva al clímax y que todo tiene un final, pero también entiende que siempre existe la posibilidad de escribirle una segunda parte a la historia y que se puede volver a empezar una y otra vez y aun así seguir siendo el héroe. También es consciente de que durante la vida habrá que toparse con uno o dos villanos.
¿Por qué tener miedo de lo que no eres? Las chicas que leen saben que las personas maduran, lo mismo que los personajes de un cuento o una novela, excepción hecha de los protagonistas de la saga Crepúsculo.
Si te llegas a encontrar una chica que lee mantenla cerca, y cuando a las dos de la mañana la pilles llorando y abrazando el libro contra su pecho, prepárale una taza de té y consiéntela. Es probable que la pierdas durante un par de horas pero siempre va a regresar a ti. Hablará de los protagonistas del libro como si fueran reales y es que, por un tiempo, siempre lo son.
Le propondrás matrimonio durante un viaje en globo o en medio de un concierto de rock, o quizás formularás la pregunta por absoluta casualidad la próxima vez que se enferme; puede que hasta sea por Skype.
Sonreirás con tal fuerza que te preguntarás por qué tu corazón no ha estallado todavía haciendo que la sangre ruede por tu pecho. Escribirás la historia de ustedes, tendrán hijos con nombres extraños y gustos aún más raros. Ella les leerá a tus hijos The Cat in the Hat y Aslan, e incluso puede que lo haga el mismo día. Caminarán juntos los inviernos de la vejez y ella recitará los poemas de Keats en un susurro mientras tú sacudes la nieve de tus botas.
Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.
O mejor aún, a una que escriba.

Sí, parece que Murakami me persigue.
Esta amiga, puso el link de estas notas en su Facebook con la leyenda: “esta bueno ser la chica que lee...”. Una amiga suya le contestó: “Sí, pero hay que ver si realmente la pasa bien
No. Definitivamente, los lectores (hombres y mujeres) que se meten en los zoológicos de los libros, no siempre la pasan bien.
Enjaulados“...Los soldados mataron las panteras, mataron los lobos y mataron los osos. Matar aquellos dos osos gigantescos requirió más tiempo. Después de recibir el impacto de decenas de balas, seguían arremetiendo violentamente contra la jaula, gruñían, babeaban y enseñaban los dientes. A diferencia de los felinos, que se resignaban más fácilmente (eso parecía), los osos no querían convencerse de ninguna manera de que los estuvieran matando.
Quizás fuera ésa la razón por la que necesitaran más tiempo de lo normal hasta darse por vencidos y abandonar la provisionalidad de la vida.”

“...al fin, el teniente decidió no matar los elefantes después de pensárselo un rato. Los soldados respiraron con alivio al saberlo. Era extraño –o quizás no lo fuese en absoluto-, pero todos pensaban en el fondo lo mismo. Pensaban que sería más fácil matar a otros hombres en el campo de batalla que matar animales encerrados en jaulas.”
Tanto la nota como el texto de Murakami, dan para análisis más ricos; pero ya ven, yo solo soy (igual que ustedes) una lectora... y a veces, como ahora, me quedo a mitad de camino.
Disculpen, es que hoy... me sobran jaulas en los ojos.

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