Magazine

Enrique Vila-Matas. “Doctor Pasavento": ¿Viaje al olvido o un taller literario?

Publicado el 02 abril 2013 por 1001lectores @1001Lectores


Título: Doctor PasaventoAutor: Enrique Vila-MatasEditorial: Anagrama.ISBN 978-84-339-6882-1PVP con IVA: 19 €Páginas: 392

(Quizá, pues, debería dejar de leerlo.)
Fue tras la lectura de París no se acaba nunca, cuando me lancé a la escritura de Autorretrato de un escribidor; y después de haber leído El mal de Montano, (hacia 2005) comencé la escritura balbuciente de mi diario, que desde entonces no he dejado, aunque —y conviene ser honesto en lo que se dice— empezó como un juego literario entre la ficción y la realidad y acabó convirtiéndose en lo que hoy es: un diario al uso, por muy personal que sea.
(Pero no venía aquí a hablar de mis libros).
Doctor Pasavento es un relato de difícil lectura en los tiempos que corren. Carece de un argumento atractivo (no hay crímenes, ni violencia, ni sexo, ni una apasionada historia de amor, ni misterio…), no se plantea en su desarrollo ninguna peripecia que enganche al lector ni los personajes que ha construido se marcan a fuego en su ánimo. Incluso podría uno preguntarse si se trata de una novela, o más bien de una especie de reflexión, casi ensayo, que va creciendo dentro de un hilo narrativo tenue, caracterizado, más que por las peripecias del protagonista —Pasavento—, por los diferentes lugares en los que está y, sobre todo, por su inmenso viaje interior: Pasavento escritor se torna Pasavento psiquiatra, éste pasa a ser Ingravallo psiquiatra quien se convierte en Pynchon escritor-psiquiatra, quien se disfraza de un desconocido Pinchon para desembocar en Ingravallo / Pasavento desdoblados, casi fantasmales.
¿Qué es, entonces, Doctor Pasavento?

En realidad el propio autor lo afirma pronto. En boca del narrador se lee al inicio del fragmento 14 de la primera parte. (Págs. 57-58) (La negrita es mía):
«(…)No, ya basta. Yo no estoy escribiendo aquí una novela, pero siento la misma responsabilidad que la estuviera escribiendo. De modo que quiero decir que estoy aquí frente a un mar y un abismo, veo la línea del horizonte y paseo por las alamedas mentales en ese fin del mundo en el que se ha plantado mi cerebro, pero no escribo desde un lugar sin nombre. (…)»
A mi modo de ver —probablemente equivocado—, se trata de un paso más dentro de la obra de Vila-Matas que se encarga de bucear en los problemas más acuciantes del ser humano contemporáneo, que es casi un problema filosófico y que ocupa buena parte de la literatura contemporánea: la conciencia de identidad, la identidad de cada uno. Pero más aún que eso, o junto a ello, se trata de una reflexión metaliteraria sobre los autores de cierto margen de la literatura —sobre todo centroeuropea— que tienen o tuvieron por asunto precisamente esta cuestión. Y sobre todo un acercamiento a alguien tan enigmático y desconocido como Robert Walser. Pero en el fondo, más en el fondo aún, lo que late en esta novela-ensayo-reflexión es la búsqueda afanosa por la verdadera literatura. ¿Qué es la literatura?
En la última parte del libro, cuando el protagonista se ha encontrado ya con Hubol (otro personaje curioso, alguien que como el hijo del protagonista de otra de sus novelas, padece el mal de Montano, pues se trata de un escritor ágrafo, es decir incapaz de escribir, salvo en el aire), Vila-Matas propone al lector una solución, o al menos una pista: la literatura consiste más que en contar la realidad, en descubrir la verdad y para ello, para ver mejor la verdad, quien contempla ha de desaparecer, ha de no ser o ha de ser nada.
Este libro, como otros de Vila-Matas, está fuera del ámbito literario español más habitual. Ocurren cosas estrafalarias que vistas o analizadas desde los parámetros del realismo o la verosimilitud racional —a los que estamos acostumbrados, incluso en los textos de ciencia ficción o fantásticos— resultan bastante desconcertantes para nuestra razón.
Por el ejemplo todo lo que sucede y que descubrimos de la Rue Vaneau como una especie de pesadilla recurrente que se va repitiendo durante todo el relato. Y sin embargo, toda la explicación sobre la calle —que acaba pareciendo el verdadero mundo de Pasavento— también podría interpretarse como una explicación del modo en que hay que mirar el mundo. (Una prueba de lo que digo, a mi modo de ver, es que en esta calle aparezcan Tabuchi, Lobo Antúnes, Gide y Bove). Para el protagonista nada o casi nada de lo que sucede en el mundo sucede de modo aislado; todo está enlazado de modo misterioso, y todo tiene que ver entre sí. Desde esta perspectiva, la valía del escritor consistiría en descubrir o explicar esos eslabones invisibles que unen unas cosas a otras. Y no sólo la realidad, también la ficción, porque, a su manera, la ficción en muchos casos es el mejor camino para llegar a la verdad.
Formalmente la novela está escrita con un lenguaje sencillo, al alcance de cualquiera, salvo quizá, porque en alguna de sus partes el fraseo se hace más amplio de lo habitual. Pero yo diría que la dificultad del texto no está en su lenguaje, sino a veces en alguno de los conceptos que maneja en el ámbito de la psiquiatría, la literatura o filosofía.
Muestra una arquitectura aparentemente de trazo simple y aparentemente escueta y lineal: la peripecia de Pasavento (y cuantas personas van copando su organismo) transcurre durante un año, más o menos. El eje de operaciones se desplaza del AVE Madrid-Sevilla al hotel Suède en París, luego se traslada a Nápoles, más tarde a Berna y, de pronto, a Lukonowo, un lugar nacido en la imaginación del escritor y que mi imaginación ha situado en África occidental, en la zona que colonizó Portugal (¿Otro homenaje escondido a Lobo Antúnes?). Pero, en verdad, la continua variación en la ubicación del protagonista es un mero accidente sin demasiada trascendencia para el argumento, salvo lo relacionado con París, que no deja de aparecer y reaparecer en toda la obra.
Lo importante es que el viaje (¿podría considerarse Doctor Pasavento novela de viaje, al menos viaje interior?) se produce a lo largo de la geografía mental de Pasavento. Esta es, me parece, la verdadera y complejísima arquitectura de la novela: el cerebro del personaje. De ahí que Vila-Matas juegue con la realidad y la ficción. Usa de la realidad que los lectores conocen (París, el AVE, Bernardo Atxaga, Puertollano, Córdoba, Lobo Antúnes, la concesión del Nóbel a la austriaca Elfriede Jelinek, Tabuchi, Kafka…) para hacer verosímil una historia imposible, que, sin embargo, no lo es del todo, puesto que Walser existió y vivió tal y como nos cuenta en la novela, como existió Bove, casi como la sombra del André Gide que aparentaba una cosa, y era otra, no muy agradable, por cierto.
Entonces la novela se sirve de la realidad —la actual y la pasada— para escribir su relato, de tal modo que pueda parecer verosímil lo que a priori consideraríamos casi imposible. Y lo consigue con tal fuerza —sobre todo al principio, quizá lo que más me guste del libro— que a uno se le hace muy difícil no imaginar a Pasavento con la misma cara que la de Vila-Matas. Y llega a creer que todo lo que cuenta es tan real como la estación de Santa Justa en Sevilla.
Así mismo la aparente linealidad temporal del relato, se ve alterada frecuentemente porque tanto los recuerdos como otro tipo de digresiones hacen que el lector esté sumergido constantemente en un especie de viaje en el tiempo frenético, como un continuo ejercicio de inmersión en el pasado que es la parte oculta del iceberg, del que sólo nos es dado contemplar el presente.
No es libro que seduzca al público lector mayoritario, a pesar de las decenas de reseñas elogiosas que se pueden leer sobre él y que provocan en uno la sensación de ovación calurosa y unánime por parte de la crítica (tanto profesional como aficionada). Si no lo habéis hecho, haced la prueba con vuestro buscador. Más aún, yo diría que se trata del típico libro que sería definido como ‘ladrillo’ o ‘infumable’ o ‘tostón insoportable’ por muchos. Y casi estaría por apostar que el autor lo sabe, es muy consciente y no le importa. Vila-Matas escribe un texto difícil (aunque en puridad no lo es) y extraño (al menos para nuestros paladares hispánicos) para provocar a la reflexión al lector y, sobre todo, para poner sobre la mesa el eterno debate acerca de la verdadera esencia de la literatura, de ahí que aparezcan —¿como propuesta de lectura?— autores como Atxaga, Antúnes, Kafka, Walser, Salinger, Bove, Hölderlin, Gide, Tabuchi…
A lo largo del libro, además, hay, según lo veo, otra línea que transita junto a lo referido hasta ahora. O pudiera ser que fuera al contrario. Pero a la postre me parece que da un poco lo mismo, creo sinceramente que el orden de factores no altera el producto. Puedo formular este segundo asunto a modo de pregunta: ¿Cómo ha de actuar el escritor?
De algún modo este libro podría ser entendido como un sui géneris taller literario.
La tesis que intenta demostrar a lo largo de la obra, y que defiende desde los inicios, es que el verdadero escritor tiene que desaparecer. Llevado al extremo —aunque me parece que el barcelonés no llega a tanto— es como si Doctor Pasavento predicase que la forma básica de la literatura es el anonimato (el chollo de las editoriales, y de las entidades gestoras de los derechos de autor, dicho sea de paso). Durante la lectura de la novela he sentido como si Pasavento viniese a decir que la figura del escritor contamina a la literatura, como si preconizase que el escritor debería ser poco más que un lapicero al servicio de la verdad, más que de la realidad.
Y sin embargo, al final de todo el libro, Vila-Matas da un giro de ciento ochenta grados. De pronto Ingravallo y Pasavento parecen dos seres distintos. Como si Ingravallo fuese un fantasma que ha ocupado a Pasavento, y el lector lee, acaso un poco perplejo el último párrafo —tan hermosa, por lo demás—:
«¿Acaso la naturaleza viaja al extranjero?», me pregunta ahora, y parece que esté atravesando la luz de la bruma en esta alameda situada en el fin del mundo. «Permaneceré aquí. Qué motivo podría haberme arrastrado hacia esta tierra desolada, sino el deseo de permanecer aquí», dice. Y se va. Pero se queda, pero se va. ¿Acaso se ha quedado? Le veo proseguir su camino y veo cómo da un paso más allá y, por la callejuela húmeda, oscura y estrecha, acaba llegando a su rincón, y allí, sin sonido ni palabras, aparte se queda ya.
Cierro el libro. Es de noche. No hace frío, pero tampoco calor. En la calle aún restan los vestigios de la lluvia vespertina, esta lluvia tan benéfica del inicio de la primavera. Pienso con una sinceridad brutal que el libro no me ha gustado en el sentido en que gusta un paisaje bucólico; y sin embargo sé que he terminado un libro fundamental, un libro necesario, un libro que es como una infraestructura por la que se transita o de la que se sirve la sociedad aunque no reparemos en ella: ¿Quién piensa en las tuberías por las que discurre el agua que bebemos, con la que nos duchamos, que arrastra la suciedad de nuestras ropas?
¿Quién, o cuándo, piensa en la verdad esencial de la literatura, en el papel de los escritores, en la distinción entre realidad y verdad? Acaso sólo los locos, acaso sólo los escritores ¿Acaso sólo los escritores locos?.
Me acuesto convencido de mi idea: Doctor Pasavento, podría leerse como una guía para escritores que quieren serlo en estado puro, no aquellos que pretenden alcanzar la fama a través de la literatura:
«Escribir para ser sobre todo fotografiado, amargo destino» (Pág. 58)
Y más adelante, ya muy avanzado el libro (Pág. 338).
«Reaparezco para decirme a mí mismo que sigo indignado con el artículo que leí ayer de un escritor español de mi generación al que creo conocer bien y que yo sé que está más obsesionando por el reconocimiento (que no le llega) de su obra que por la paciente construcción de esa obra. Ese reconocimiento no le llega precisamente porque su talento queda anegado por la extrema obsesión del éxito que a él le guía siempre, y también, todo sea dicho, porque sus novelas, acogiéndose a una vaga idea de vanguardismo, acaban mostrando siempre la alarmante falta de un tornillo. El hecho es que ha escrito un combativo artículo en el que apoya y defiende que Elfriede Jelinek haya justificado su no asistencia a la entrega del Nobel diciéndoles a los suecos que el «peor lugar para un artista es la fama y que la marginación es el lugar del escritor».
(…)
«Ahora, cuando está a la orden del día utilizar la literatura para triunfar socialmente en la vida, esta actitud de desapego…», escribe. Puede engañar a quienes no le conocen, pero quienes saben algo de de él no ignoran que nunca ha tenido esa actitud de desapego y que le gustaría el Premio Nobel de Jelinek y, en fin, que en modo alguno le horroriza la idea de tener éxito en la vida.»
Doctor Pasavento se convierte en el libro que seduce a la crítica, desconcierta al lector avezado y molesta al común lector.
En fin, a modo de conclusión que pueda abrir una línea de diálogo, pregunto:
¿Será que cuando leemos pretendemos únicamente salir de nosotros mismos, distraernos y/o emocionarnos con las peripecias de los protagonistas contadas con un lenguaje ameno y bello para evadirnos del mundo que cada vez se parece más a una fiera que nos acecha, y no tenemos ni tiempo ni ganas ni capacidad para hacernos preguntas sobre la identidad, la conciencia, y menos aún en qué consiste la literatura?

Reseña: Amando Carabias

Volver a la Portada de Logo Paperblog