Revista Literatura

Entre cenizas.

Publicado el 19 octubre 2011 por Marga @MdCala

… Y aquel fuego gestado durante todo el día, finalmente prendió. No hizo nada grave: sólo se marchó de casa… hasta las doce de la noche.

 

Muchas horas antes.

 

Había madrugado como cada jornada laboral, aunque se supiese desempleada ya de por vida; había preparado los desayunos, despertado al resto de la familia, fregado los cacharros de la noche anterior, comprado en el supermercado, limpiado, recogido, ordenado, escrito, duchado y vestido por si recibía la visita que le azuleara el día. Mientras recomponía su figura y su casa, deshechas cada vez por la falta de consideración habitual, escuchaba -en su ir y venir- las desalentadoras noticias referidas a un padre demente y a unos niñatos que nunca debieron nacer.

 

Y se asomaba a su particular pantalla al exterior, anhelando ese correo electrónico que la devolviera al mundo útil. A ese toque de atención virtual que convirtiera en ridículos los excesivos noes recibidos. También -cómo no- aseguraba con ingenua mano que el auricular de su teléfono fijo se encontrase bien ajustado; que la voz de su poco gastado móvil no se apagase por una inoportuna falta de batería, en el momento preciso de querer contagiar su vibración. Todo seguía tan dispuesto al cambio como ella misma, perfumada y acicalada para una memorable puesta en escena que, a la postre, no repetiría, pero que aún recordaba en la piel y en la mirada…

 

Nada sucedió. Como cada vez. Como cada día. Las náuseas causadas por la información de la realidad, se fueron haciendo más patentes conforme llegaba la noticia de una detención antinatural: el padre demente quizás se revelaba como un psicópata más a añadir a la numerosa lista conocida. Y las preguntas de por qué y para qué se acomodaban -sarcásticas- en la desencantada mente de quien seguía recibiendo los correos equivocados. Mensajes que sólo venían a desilusionar más, si ello era posible.

 

Alguna llamada con resultado infructuoso para salir, para charlar… Un aviso de desespero que nunca debió anunciarse en semejante día… Un retraso en la llegada de los hijos, despreocupados porque su madre siempre estaría ahí, fuera cual fuera el trato… Un almuerzo en soledad… Una siesta de ojos abiertos e interrogantes… Y más noticias, más, hablando de lo insoportable que puede llegar a ser una vida sin aquellos que más quieres, hicieron el resto.

 

Durante esa tarde se recompuso: apartó la coquetería sin eco, preparada para unas horas antes, se calzó los zapatos que más  digna la hacían -sonriendo ante el recuerdo de cierta canción de Perales-,  y sin decir cómo ni por qué, cerró la puerta a sus espaldas. Quería que la echaran de menos. Mucho.

Entre cenizas.

 

Pero unas horas más tarde, cuando ya se sentía cansada de la imagen que los escaparates le devolvían, miró su temblorosa muñeca y como una Cenicienta moderna y confusa, sintió que su lugar era el de siempre. Y resolvió que su incendio había llegado a su fin, ante la acostumbrada condescendencia de costumbre y la bienvenida de las eternas vuvuzelas…

 

Esta mañana ha vuelto a madrugar y ha retomado su rutina habitual, entre cenizas, pero algo ha cambiado y lo sabe: Ayer se permitió el portazo. Mañana no se llevará el reloj…

 


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