Entre coches y yogures

Publicado el 12 septiembre 2010 por Nafuente
Anda uno estos días echando un cable a un familiar muy cercano para decidir qué coche se debe comprar y el asunto se está convirtiendo en un galimatías, en una etapa de alta montaña con varios puertos de diferentes categorías. Lo malo no es decidirse entre el eterno dilema del diésel o gasolina. No, que eso se resuelve de un plumazo y haciendo un poco de números. Lo difícil es si el vehículo de marras tiene las medidas adecuadas o debe llevar techo panorámico, faros de xenón o bixenón, megaequipo de audio con bluetooh, limitador de velocidad, sensor de lluvia o sensor de lo que el que paga estime oportuno. Si a eso añadimos que cuando hablas de coches revolotean gustos, opiniones y sabelotodos por todos lados, pues el potaje de ideas y confusiones está servido. Actualmente lo de los coches es tan variante como mareante. Si antes sólo teníamos que decidirnos entre un 127 con reposacabezas, un Simca 1.000 con doble intermitente o un Renault 5 con faros antiniebla amarillos y espejo a la derecha (un avance que causó gran revuelo en su época), ahora la cosa se complica mucho mucho.
Es como los yogures. Antes optabas por el natural o el de sabor de fresa. Ahora la llevas clara. Te tiras como mínimo 10 minutos en el hipermercado decidiendo si el yogurcete del nene es azucarado, es griego (¿?), lleva bífidus activo, tiene el dichoso Omega 3 o te quedas con el de trocitos de melocotón desnatado. Buff. Es la diversidad de tenerlo absolutamente todo y, al final, de no tener absolutamente nada claro. De ahí mi dolor de cabeza ahora mismo. Y yo sin reposacabezas...