Revista Talentos

Entre el saludo y la asociación

Publicado el 21 enero 2015 por Sylvia
Yo creo que saludar, como otros gestos de cortesía, no quita ni agrega casi nada, en la mayoría de los casos. Son gestos de civilidad por los que nos es posible compartir el espacio con otros, estemos o no de acuerdo con sus formas de vida, modos de pensar, etc. Pero hay contextos en los que un saludo dice mucho. Hay quien hace fila para rendir sus respetos a un político y eso puede significar "aquí estoy, para lo que se ofrezca". Hay quien le habla al apestado del pueblo y eso puede significar "declaro que eres digno de que se te trate como persona". ¿A quién no se podría ni saludar? Recuerdo un par de videos en los que alguien que recibe un premio o algún tipo de incentivo estatal, no saluda al presidente en turno. Es un mensaje importante que puede ser un modo de levantar la cabeza con dignidad ante situaciones de oprobio.
En la vida cotidiana, una cosa es saludar e intercambiar comentarios sobre el clima, y otra cosa es asociarse y vincularse. Pero el límite no es siempre de lo más clarísimo. No sé como será ahora, que tantas cosas han pasado; pero hace años, en el rancho de donde vengo, era complicado no hacer tratos con personas de un modo u otro relacionadas con el narcotráfico. ¿El carpintero iba a negarse a hacerle los clósets a ese tipo que, por otro lado, se está portando de la manera más normal del mundo con él? La pregunta puede extenderse hasta abarcar cualquier situación. Si sabes que el compadre hace robo hormiga en la oficina, te presta un bolígrafo para hacer una nota y te dice que te quedes con él, ¿te niegas? ¿Le preguntas si ha pagado por él? Por supuesto es diferente que las acciones de la persona sean inapropiadas, incorrectas, inmorales, malas, ilegales, criminales, etc. Cada calificativo tiene sus implicaciones, y habría que considerarlas.
Si solo nos relacionáramos con blancas palomas, no podríamos relacionarnos, o solo trataríamos con lactantes. Pero entrar en relación puede ser hasta peligroso, según el caso. En principio, es verdad que quien con lobos anda, a aullar aprende. Luego está el riesgo de compartir la suerte del otro, nada más por estar enseguida. Así que hay que saber hasta qué punto se trata con cada persona. No con cualquiera se sube una en el coche, ni a todo el mundo se le invita a casa o se le cuentan cosas personales. Estas consideraciones son nuevas en mi vida, y me cuestan algo de trabajo. Trato de escuchar a Dios para saber "esto sí", "esto no", "con esta persona hasta aquí". No me gustaría ser alguien con barreras hacia los otros, ni alguien que hace de jurado y de juez; pero también creo que es bueno establecer límites en las relaciones, y entre los criterios para establecerlos, están los basados en quién y cómo es el otro, algo de lo que nos enteramos sobre todo por sus acciones.
Silvia Parque

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