-...y va y me dice que yo no ayudo en casa...
- Sí es que desde la liberación femenina, todas están como locas, pidiendo igualdad, jajaja, están locas. La mía igual, dice que haber cuando friego o plancho mis cosas... ¿pero dónde se ha visto eso?-dice indignado el camarero.
- Sí, sí. Bastante que hago chapuzas en casa para arreglarle la lavadora o le coloco alguna estantería para sus potingues, encima quiere que me ponga a hacer cosas de mujeres... y todo por no darle una paliza a tiempo.
- A las mujeres hay que ponerles una raya y en cuanto se pasen, ¡zas!- acompañado con un meneo de su mano derecha- sí es que somos buenos, que no las matamos a palo y mira...exigen más...
Yo, y mi pareja estábamos con los ojos como platos y con los oídos doloridos por tanta palabrería sin sentido. Pensé que se cortarían un poco con una presencia femenina en el local, pero parecía que eso hacía exaltarlos más.
-La mujer de mi hermano, es una bendita, la hace cada tupper, que da gusto. La mía me hace a mí hacerme cualquier bocadillo o cualquier milonga, y dice, yo también trabajo y nadie me hace la comida. Joder, ¿tengo yo culpa que sea ella la que tiene que hacer esas cosas? Joder, es su deber, es su naturaleza, ¿qué le hago yo?
- Mi parienta igual, llego cansado de cerrar el bar y me tiene cualquier cosa en el microondas para calentar, ya no hay respeto por el referente de la casa, macho. No sé donde vamos a ir a parar, dentro de poco nos vemos a los tíos sirviéndoles a ellas la comida, lavándolas, y tratándolas como reinas...serán...
Mi café hirviendo fue derramado de un trago al interior de mi garganta, no quería oír más. Mi pie se agitaba dando taconazos sobre el suelo y mi pareja me sujetaba el brazo intentando calmar la ira que esa conversación absurda me estaba provocando.
La eterna guerra entre los dos sexos... ¿qué somos, rivales? Pensé que estábamos creados para ser compañeros de la vida, para ayudarnos mutuamente, para compaginarnos las tareas no para que todo recayese en la parte que creen que es la más débil: la mujer. Me da pena, no ya la mujer que aguanta a ese hombre que vuelve, seguramente borracho del bar donde la ha puesto "a caldo", sino pena, por ese hombre que no la merece a ella, ni a cualquier otra mujer. ¿Cómo nos pueden seguir menospreciando así?