"¡Son clásicos, y los clásicos son importantes!", decían los profesores. No lo discuto. La mayoría de esos libros me gustaron, pero claro, yo era de las pocas personas de mi clase que realmente disfrutaba de la lectura. Antes de esos, había leído muchísimos libros (durante años, hasta cuatro o cinco por semana y en verano hasta treinta mensuales), mientras que la mayoría de mis compañeros sólo abrían las lecturas obligatorias. O ni eso. Obviamente, muchos murieron de sopor con algunos de esos libros. ¿Qué hacíamos con 14 años leyendo Marianela, de Galdós? Lo normal es que la gente pensara que leer era un tostón y, por tanto, no quisieran hacerlo.
Los clásicos son importantes, soy la primera que lo defiende. Acabo de leer Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y me ha dejado realmente impresionada. Es de esos libros que marcan un antes y un después en tu forma de ver el mundo, que te hacen cuestionarte cosas que antes ni se te había ocurrido poner al lado de un interrogante. Los clásicos son literatura de calidad y lo ideal sería que todos llegáramos a valorarlos como se merecen. Pero no a la fuerza. No puedes intentar convencer a un niño de catorce años que leer es divertido intentando que lea libros como El Quijote. Es como si le atas a un sofá a ver cualquier película filosófica: no es el momento. Y si encima le dices que luego va a tener que examinarse, no hará más que cogerle asco a la lectura.
Ahora bien, tampoco es que sea muy positivo, a mi parecer, es que nos hagan tragar determinadas cosas. Al menos en catalán, prácticamente todo lo que leíamos iba sobre adolescentes, amor, droga, traumas, droga y peleas tontas. A ver, señores profesores, se lo resumiré en una palabra: aburrimiento. ¿Por qué nunca nos hicieron leer Harry Potter en el colegio? Habría sido un éxito, estoy segura. No sé cómo estará la cosa ahora, pero por aquel entonces los aciertos en cuanto a libros obligatorios eran escasos. Aunque los había: Caperucita en Manhattan (Carmen Martín Gaite) o mi mítico y adorado Los escarabajos vuelan al atardecer (Maria Gripe).
Pero la mayoría dejaban mucho que desear. Y luego llegamos a bachillerato, al curso anterior a la universidad y nos encontramos con situaciones como estas:
Una servidora está leyendo tranquilamente en el aula antes de que empiecen las clases. Llega un chico. -¿Y este libro? -Pues... eso: un libro. El chico pone cara de pánico. -Ay, dios, ay, dios, no habrá examen, ¿verdad? ¡Si es un tocho! -Eh... No, claro que no. -Ay, qué susto. ¿Y para qué lo lees? -Perdón, no entiendo la pregunta. -Que para qué lo lees. -Esto... Porque me gusta leer, ¿quizás? -Pero es un tocho. -¿Y qué? Me gusta leer. Se produce un silencio incómodo. El chico se ríe con suficiencia. -Já... Yo tengo cosas mucho más interesantes que hacer con mi vida que leer. Qué aburrimiento. La profesora de lengua ha aparecido de la nada y ha escuchado nuestra conversación. Nos mira y se ríe antes de dirigirse al chico: -Se nota, hijo, se nota. Así te va... y así te irá. #truestory
¡Bingo! Se nota, dijo la profesora. Tenía razón: se nota a la legua quién lee y quién lo desprecia. La pregunta es: ¿de quién es la culpa? Quizás esa profesora de bachillerato debería tener unas palabras con su colega de primaria. Oye, ¿no crees que sería mejor si les diéramos a probar libros juveniles, de esos con sentido pero que enganchan? Me da en la nariz que les gustaría más que el Lazarillo de Tormes.
Alguno dirá... Bueno, no es tan importante. Si a alguien le gusta la lectura, ya lo descubrirá solo. Pues no. Mi hermana no leía apenas hasta que la obligué a leer Crepúsculo (con Harry Potter no había conseguido que cediera, aunque después de Meyer se los leyó los siete en cosa de un mes) y ahora no para. Y conozco bastantes personas a las que les pasó lo mismo con este libro y ahora leen absolutamente de todo. En el colegio deberían inculcarnos el amor por la lectura, sea cual sea el género, la calidad o la extensión. Primero deben enseñarnos a gatear; luego ya caminaremos solos, y más tarde correremos. Pero el camino debemos recorrerlo solos y a nuestro ritmo.
Eso sí: no huyáis de los clásicos sólo porque tengáis un mal recuerdo de algunos de ellos. El tiempo pasa y no somos los mismos. Lo que antes nos aborrecía ahora nos puede encantar. Lo bueno de estos libros es que siempre van a estar ahí, esperando en las bibliotecas o librerías, porque son libros que no pasan de moda y cuya calidad e importancia los salvará siempre del olvido.