Los artistas han simbolizado el verano como una mujer joven coronada de espigas, sosteniendo la hoz, una gavilla y el cuerno de la abundancia; es decir, la estación de la recolección agrícola. Para los niños, niñas y jóvenes, el verano es una liberación de las tareas estudiantiles realizadas durante el año, aunque muchos tengan que dedicar algunas horas a recuperar lo que no consiguieron asimilar durante el curso escolar.
El verano es la estación por antonomasia. Las personas nos comportamos como pasajeros, como si tuviéramos prisa por llegar. Las carreteras se llenan de automóviles que van y vienen como por necesidad, por el vicio que hemos adquirido de movernos y pasar sin detenernos, sin parar para ver y vivir lo que visitamos. Los trenes se abarrotan de viajeros que se detienen sólo lo necesario para mirar el cartel informativo de las llegadas y salidas de los trenes.
Sin embargo, el verano lo podríamos convertir en un tiempo de sosiego, de descanso, de observación, de encuentros fraternos... Necesitamos reflexionar, leer y descansar. Puedo observar a las personas que nos visitan y cómo se comportan en nuestras ciudades. Y, si se da la ocasión de hablar con ellos, irradiarles una acogida de empatía. Cuando miramos con interés a las personas que nos visitan o nos solicitan alguna información, los ojos son el rayo que hace que miremos con ternura y con cariño.
Juan Ramón quería hacer el camino sin caballo y sin vehículos: “Andando, andando./ Que quiero oír cada grano/ de la arena que voy pisando./ Andando./Dejad atrás los caballos,/ que yo quiero llegar tardando/ dar mi alma a cada grano/ de la tierra que voy rozando.” El verano no es para pasarlo dormido, ni para cruzarlo como en un circuito de velocidad; es para vivirlo despierto, gozando cada día con nueva conciencia. Vivirlo así es como una fiesta permanente.
O leer los libros que esperan en tu biblioteca que los cojas y acaricie sus páginas. Hay gente que se aburren en el verano y se dedican a matar el tiempo. “Se parecen a aquel letrado de la fábula que necesitaba dinero. Cogió sus libros y se fue a venderlos. En el camino encontró a otro letrado y le preguntó adónde iba. Cuando lo supo, le dijo que ansiaba poseer aquellos libros, pero que no tenía dinero.Le propuso que fuera a su casa. Allí le enseñó una colección de bronces que iba a vender. El de los libros, aficionado a los bronces, le dijo: “No los vendas. Vamos a hacer un cambio.Y ambos quedaron satisfechos.” Intercambia tus aficiones con un amigo y ganarás el tiempo.
J. Leiva