“Los poemas han de ser manifestaciones de lo sagrado en nuestro mundo”
Alfredo Rodríguez, poeta Esther Peñas. / Madrid- 21/02/2017 En su último poemario, Hierofanías (Chamán ediciones), Alfredo Rodríguez (Pamplona, 1969) muestra su verso más despoblado, la rama más desnuda, la flor (acaso de naranjo) irreductible, en un acercamiento entregado al mundo de la enseñanza hinduista en el que se rinde “a la evidencia cósmica”.Hierofanías. Con este título, ¿no se asustará en demasía el lector?
No tiene por qué. Hoy no hay excusa para no conocer el significado de una palabra. Si no sabes algo Google te lo ‘chiva’ todo al instante. El término creo que es un neologismo acuñado por Mircea Eliade. Yo lo descubrí, fíjese, en un hermoso poema de José María Álvarez titulado “Hierofanía o Ceremonia de la sirena”. Y si yo lo he descubierto lo puede descubrir cualquiera. Una sirena, un unicornio o una virgen cristiana, en fin, cualquier aparición milagrosa sería una hierofanía; y eso deberían ser siempre los poemas: manifestaciones de lo sagrado en nuestro mundo. De todas formas, un poeta nunca debe escribir pensando en el lector. No puede vivir sometido a esa tiranía. Al final un libro de poemas debería ser un rompecabezas en la mente del lector, el cual ha de ir uniendo en su cabeza poco a poco las piezas a lo largo de sucesivas lecturas y reflexiones.
Este último libro es más desnudo, más directo, más atento a la raíz. ¿A qué se debe esta metamorfosis?
Supongo que todo ha sido un proceso natural —no buscado— de depuración, de decantación, de destilación, con los años. Estos poemas buscan un cierto equilibrio, y buscan también acercarse a la emoción artística. El caso es que empezaron a fluir con una completa espontaneidad, casi como fruto de un rapto de delirio; de hecho el libro fue compuesto en su mayor parte durante tres semanas de febrícula continua provocada por el virus de la gripe A, entre febrero y marzo de 2015. Así que puede decirse que los poemas de este libro son texturas derivadas de esos estados febriles.
“Vivo en ti una ascensión interminable”. El verso ¿se nutre más o mejor de los ascensos de espíritu o de los descensos del ánimo?
Ese inconcreto tú al que se dirige el sujeto lírico en ese verso es la Poesía en sí misma, personificada. En mi caso está claro que el verso se nutre de ese ascenso espiritual. Es la apertura al misterio del poema, es abrirnos a la iluminación, como hacen los practicantes del Zen, para ser capaces de experimentar la trascendencia en el arte, en poesía, o donde fuere.
¿Qué territorio ocupan los mitos (aquí, en su libro, explícitamente los Vedas) en lo poético?
En este libro hay una profunda inmersión en el mundo de los mitos y símbolos universales que apuntan a la verdad, al rostro original como diría Vicente Gallego. Y ahí no hay sólo interés literario, sino también quizá necesidad del alma, gusto de rendirse a la evidencia cósmica. Pero téngase en cuenta que lo que nos falta hoy a todos en nuestra vida, en todos los campos, es el Mito. El mundo mítico. Esto es una de las cosas que ha desaparecido de nuestro mundo, y lo vamos a pagar muy caro, como dice José María Álvarez. En cuanto a los Vedas, claro, son textos mitológicos, pero yo los veo muy reales: son los cuatro textos sanscritos del hinduismo en su estado puro.
“La mujer abrazada suprime el pensamiento por el conocimiento revelado”. ¿De qué depende, aparte de la disposición del propio poeta, que el poema tenga más simiente de lo intelectual, de lo culto, en su más amplio sentido, o se vacía de significado y aspire a reverberar en quien lee, es decir, que se sustente en lo racional o lo irracional?
Ahí se habla de una mujer y esa mujer es la Hembra Misteriosa —de la que hablaba el maestro chino Lao Tse—, una mujer que crea sin cesar, que es la puerta de lo misterioso femenino, que es la madre del Mundo, que es el espíritu y la esencia de todo. Hay en el libro un homenaje al principio femenino del cosmos y de ahí brota toda esa sensualidad mística, esa “boda mística” deseada por el sujeto protagonista, una boda mística que lo es con la Poesía (el maithuna del que habla algún poema). Por otra parte, debo decir que en mi poesía no veo ‘lo intelectual’ por ningún lado. Si acaso estos poemas buscan un poco la conciliación entre lo racional y lo místico. Pero más que todo se apoyan muchas veces en la lucidez del Tao; y eso tiene mucho que ver con la naturaleza del acto poético, porque con cada poema estamos muy cerca del corazón del Tao. Y es que escribir poesía es como mirarse por dentro hasta el fondo.
“Como el candente metal es tu cuerpo”. ¿Con qué metal podríamos comparar su poesía?
Ese verso quiere reflejar el estado ígneo del poeta en el instante de crear. Su cuerpo arde, tiene fuego dentro, le queman los brazos y las piernas, cuando da con el verso perfecto. En cuanto a mi poesía, si me da usted a elegir me gustaría que fuera comparada con el oro, claro. Pero me conformo con el bronce. Eso sí, que sea el bronce de la Ilíada, donde tenía alto valor.
¿Uno puede dejar de aspirar a la Unidad?
Un tema que aparece en el libro es el de la eterna dualidad, esa dualidad que debe ser deshecha en el instante maravilloso de la Unidad armónica. También la fusión del alma con el mundo, con el Todo, aparece una y otra vez entre los versos de Hierofanías. El sujeto lírico de estos poemas anhela la unidad trascendente con el Todo, su fusión sin mediaciones con la vida del universo. El espíritu sólo quiere retornar, en el ciclo evolutivo, hacia la Unidad originaria, hacia la Gran Madre, hacia la magna mater. Nosotros, en cambio, somos parte de un mundo que va con prisa a todas partes, que ha perdido la capacidad de sentir. Meditar en la Unidad es sacudirse toda prisa, es el mero acto de existir sin esfuerzo, por el puro gozo de existir.
La belleza sigue siendo algo irrenunciable para su poesía. ¿De qué modo concibe lo bello?
Sí, no concibo la poesía sin belleza. Punto. No entiendo la poesía de lo banal que tanto “éxito” tiene ahora. En este libro, en concreto, he tenido mucho en cuenta la belleza y el valor del pensamiento primitivo oriental. Pero la belleza en poesía es algo que está más allá de la forma, es una suerte de fusión imperceptible entre forma y contenido. Porque escribir poesía es buscar la verdad, la belleza, la armonía. Y la educación en la belleza es la asignatura pendiente de un sistema tan fuertemente mercantilizado como el de nuestros días.
¿Un exceso de belleza puede matar?
Rilke decía, al principio de sus Elegías de Duino, aquello de “Todo ángel es terrible”, es decir, su sola presencia aniquilaría al ser humano. La aspiración hacia la belleza absoluta claro que puede matar. Y más en nuestro mundo, donde la inutilidad de la belleza es lo que la hace más bella aún. Además la muerte puede tener un rostro amistoso, como decía Montaigne.
El poema, ¿tiene más de silencio o de música?
Hierofanías es mi libro con más ingredientes del yo profundo, de eso que los hindúes llaman “atman”: La nada, lo infinito, el yo profundo. Meditar es dejar de pensar, es el silencio del pensamiento, es vaciarse de lo conocido —como decía el sabio Zen. La salida del fraude de nuestra vida banal está en la meditación: convertirse en energía pura. El silencio es la matriz de esa meditación, porque el Zen es una alquimia que transmuta los conceptos en silencio. Y la poesía es una invitación al silencio en un mundo ruidoso, como dice Colinas. Pero por otro lado está la música, que es fundamental en poesía; y es que la poesía, no lo olvidemos, es ritmo. Ritmo sin el cual no hay verdadera poesía. Sin ritmo no hay emoción, como decía el poeta Miguel Ángel Velasco. Los poemas han de nacer ya con un determinado ritmo o con una determinada forma de dicción. Y desde luego, un gran poeta es alguien que tiene un gran dominio del ritmo del lenguaje.
Dígame un verso ajeno que le sirva de oración interior.
Ah, eso lo tengo muy claro. Los primeros versos de Sepulcro en Tarquinia de Antonio Colinas. No he podido quitármelos nunca de la cabeza: “Se abrieron las cancelas de la noche / salieron los caballos a la noche, / campo de hielos, de astros, de violines, / la noche sumergió pechos y rosas…”
Esther Peñas Diario Solidaridad Digital21 de Febrero de 2017