E: ¿Qué es lo más difícil que ha hecho desde que abandonó su país?
H: Olvidar. Olvidar todo lo que he visto. Y lo que más me cuesta olvidar es precisamente lo que viví en mi país: las penurias por las que pasamos, la guerra que se llevó a mi marido, los años siguientes de supervivencia,....
E: Pero...
H: Aunque no lo crea, eso ha sido lo más difícil.
E: Entiendo.
H: Las muertes que he visto después bueno, también me han costado, pero era vital olvidarlo, tenía que avanzar, necesitaba avanzar o sabía que yo también estaría perdida o que volvería a mi situación antes de todo aquello, lo cual era lo mismo.
E: Usted vio morir a la familia Goodbridge y después estuvo cuidando de su hijo, ¿correcto?
H: Sí, su muerte me dolió mucho, yo estaba allí para cuidarles. Los Goodbridge me trajeron a Europa sabiendo que eran ya futuros muertos, que la exposición a la radiación del primer mundo no les perdonaría, no me pregunte cómo pero lo sabían con seguridad. Pero contaban con la esperanza de que su hijo, por su corta edad, sobreviviera a todo ello. Pero como sabemos ahora, los niños también padecieron diversos cánceres, la mayoría había estado expuesto lo suficiente.
E: ¿Cuánto tiempo estuvo con el hijo de los Goodbridge después de la muerte de los padres?
H: La última en morir fue la madre. Para entonces ya estábamos en Barcelona. Vivíamos en el piso familiar, aún no había estallado la locura, y murió en el hospital. El niño no llegó a saberlo nunca... (llora).
E: ¿Cuánto... cuánto tiempo...?
H: Si, perdón. Serían unos tres meses hasta que estalló toda la locura, y quizás otros dos meses más. Él murió en el piso, y allí permaneció unos dos meses, inmóvil en su camita. Durante un tiempo salir a la calle era más peligroso que los días de guerra que pasé en mi país. Se puede imaginar, es para volverse loco. Pero como le digo, lo que pasó a partir del Día de la oleada ha sido lo que menos me ha costado olvidar.