Gangaji se ha pasado media vida buscando la plenitud y dedica lo que le queda a divulgar un mensaje a través de su fundación y de sus libros: continuamente buscamos la satisfacción fuera de nosotros. Pero, paradójicamente, si nos detuviéramos, nos daríamos cuenta de que la tenemos y que viene de dentro de nosotros.
“No estoy en contra de la meditación y la práctica. Estoy en contra de separar la práctica meditativa de la vida. Todo el mundo trata de hacer algo para despertar: emprende retiros, prácticas… Para despertar no has de hacer nada porque tú no estás separado de lo que está despierto, eres eso”.
Yo era una niña bien con padres alcohólicos. Eso me producía tristeza y vergüenza.
Entiendo.
En ese contexto, a los seis años, tuve una experiencia que hoy sé que era de naturaleza espiritual, pero entonces me asusté mucho.
¿Qué le pasó?
Sentí que mi cuerpo desaparecía, corrí a contárselo a mi madre y me enviaron a un psiquiatra que me dio ansiolíticos. A los 20 años empecé a meditar y en aquel espacio controlado, cuando tenía esa sensación, no me asustaba, así que dejé las pastillas.
¿Qué andaba usted buscando?
Una vida convencional, una familia feliz. Yo sólo quería ser normal.
¿Lo consiguió?
Sí, me casé a los 23 años con un hombre maravilloso y tuvimos una hija. Era médico, un padre excelente y un buen amigo. Pero yo no era feliz. Me costó mucho hacerme responsable de mi felicidad.
¿Abandonó a su marido?
Sí, creía que tenía que haber algo más en la vida que un marido perfecto, el trabajo adecuado, posición social y una hermosa niña.
Ambiciosa.
En los años setenta me fui a San Francisco. Tuve muchos amantes y lo pasé bien. Pero seguía sintiéndome vacía. Empecé mi búsqueda espiritual e hice distintas terapias.
Proliferaban entonces los gurús.
Me senté frente a todos, pero la infelicidad persistía. Entre tanto conocí a mi actual marido, estudié acupuntura y monté una consulta que tuvo mucho éxito, pero seguía sintiendo que algo me faltaba. Nos mudamos a Hawái en busca de una vida sencilla.
Pero, ¿qué le pasaba?
Por mucho que la buscara, no hallaba la paz. Nunca me había atraído el camino hindú, pero acabé en la India a los 48 años. Rogué por un maestro y encontré a Papaji. Enseguida supe que estaba en el lugar correcto.
¿Qué luz le encendió?
Me enseñó a parar de buscar. Yo siempre busqué respuestas fuera de mí. Comprendí que mi actividad mental giraba en torno a la búsqueda constante de un punto de referencia de quién y cómo era yo. Pero a medida que la actividad mental comenzó a disiparse, lo que quedaba era paz profunda.
¿Una paz que no era hija de ninguna estrategia?
Exacto. Yo intentaba escapar de una infancia desdichada, ese era el nombre que yo le daba al vacío que todos sufrimos. Hoy mi mente puede estar agitada, puedo estar triste o enfadada, pero sé que debajo está la plenitud del ser, y siempre estuvo ahí pero no le prestaba atención. Prestaba atención a las cosas que iban mal.
¿Dejó de buscar dentro y fuera?
Sí. Cuando paras de buscar, sea en el camino espiritual o en el material, te das cuenta de que lo que estás buscando ya está en ti. La detención de los pensamientos no es una práctica, simplemente es la oportunidad de ver que existe la opción de no seguirlos.
¿Y?
Cualquier cosa que pienses de ti mismo, simplemente detén ese pensamiento. Debajo de ese pensamiento hay una emoción. Si es un pensamiento negativo, la emoción es dolor. No importa, experimenta esa emoción. En ese estar dispuesto a no luchar contra ese dolor se descubre algo.
¿De qué tipo?
La tendencia es escapar, pero si te mantienes ahí, te abres, acabas descubriendo tu naturaleza, que es plenitud. Es duro, pero es muy simple y tiene que ver con reconocer la resistencia, porque resistiéndonos al dolor le añadimos sufrimiento.
El cotidiano ya es bastante duro como para añadirle un buceo en el dolor.
Si eres fiel a la verdad, puedes soportar cualquier cosa. Para mí decirme la verdad fue decirme “soy infeliz”. Durante 50 años me resistí, creí que un buen marido, una buena carrera, una familia… me darían la felicidad.
¿No se la dieron?
Sí, pero hay una felicidad más profunda que no depende del exterior. Yo tuve que dejar de decirme a mí misma qué es lo que me hacía infeliz para descubrirla.
Tú te dices “estoy vacío y triste”, ¿y sigues con tu vida?
No se trata de lo que te dices a ti mismo, sino de estar dispuesto por un momento a dejar de decirte cosas sobre ti mismo y descubrir qué es lo que hay que no necesita definición. Decimos cosas sobre cosas para controlarlas. Lo que yo propongo es abrir la mente dispuesto a descubrir lo que hay.
¿Es una actitud?
Sí, estar dispuesto es una actitud de inocencia adulta: ¿qué quiero realmente?… Yo te propongo un minuto al día de parar de luchar, de pretender alcanzar algo, de esconderte, y de una manera natural se da el descubrimiento, no lleva tiempo porque ya está aquí, en tu naturaleza, en tu interior, si estás dispuesta a no culpar a nadie más, ni siquiera a ti misma.
Lo complicado de lo sencillo.
No es que la gente no vaya a traicionarte. No es que no vayan a romperte el corazón una y otra vez. Abrirse a lo que está presente puede ser desgarrador. Pero deja que se te rompa el corazón porque, cuando así ocurre, el corazón sólo revela un núcleo de amor irrompible.
¿Qué entiende por abrir el corazón?
Abrir tu corazón significa detener el esfuerzo de cerrarlo.
- Fuente: La Contra de La Vanguardia
- Imagen: Kim Manresa