Entusiasmo

Publicado el 21 agosto 2013 por Jesus Andría González @creaactividad
En la antigua Grecia se pensaba que el entusiasmo de los poetas, los profetas o los enamorados se debía a que estaban poseídos por una divinidad que entraba en ellos y se sirvía de su persona para manifestarse, por lo que merecían respeto y admiración, pues llegaban a alturas que no podían ni siquiera vislumbrar las gentes de a pie. Tanto es así, que el sustantivo latino entusiasmo procede del griego enthousiasmós, que viene a significar etimológicamente algo así como ‘rapto divino’ o ‘posesión divina’. Yéndonos a tiempos actuales, podríamos decir que entusiasmo representa la exaltación del ánimo de una persona, la externalización de toda su energía y su arrojo interior, capaz de contagiar a aquellos/as que están a su alrededor. Como diría mi admirado Miguel Ángel Santos Guerra el entusiasmo es aquello que nos convierte en personas diferentes, incapaces de "vivir al diez por ciento".
Estoy convencido de que las personas no nacen, sino que se hacen, más o menos entusiastas a través de la educación que reciben, y ello depende mucho del ambiente socio-familiar en el que crecen, dado que la escuela, como institución, parece habitualmente más preocupada por las compentencias, las metodologías didácticas y el currículum oficial que por hacer un esfuerzo emocional y afectivo por la educación. La visión de la educación que impera en la escuela, salvo loables excepciones cada vez más extendidas, es una visión tecnócrata, basada en imponer una pedagogía fría, áspera, poco comprometida con las necesidades de las personas a las que trata de educar y con sus vidas, así como con la justicia y la dignidad (por muy escandaloso que parezca). Hemos interiorizado como adecuado un modelo educativo sin entusiasmo, en el que se enseña, se capacita, se transmiten conocimientos, pero en el que difícilmente se educa, ya que educar implica (como comentara en el post anterior) transformar la vida y las actitudes ante la vida, y para ello hay que convencer desde dentro, movilizar el alma, inspirar, ayudar a crear significados y definir compromisos, pero sobre todo generar alegría por aprender y por vivir.

Si como educadores/as manifestamos alegría, desborde, energía, creatividad, movilidad, diversidad, ternura, cariño y fuerza, es porque hemos alcanzado esos niveles de inteligencia emocional y social que los antiguos griegos llamaban entusiasmo. Esa forma de educar genera nuevas fuerzas, nuevas fuentes de vitalidad que refuerzan el entusiasmo, hasta el punto de convertirse en una fuente inagotable de energía para el alma de aquellos/as otros/as a los que pretendemos promover, inspirar y motivar en el aprendizaje de la vida, eso que tanta falta hace en nuestra sociedad actual. 

De entre ese grupo de educadores/as entusiastas, este verano he tenido la suerte de conocer, por casualidades de mi destino profesional, a las personas que trabajan en Estrella Azahara, una entidad sin ánimo de lucro que pertenece a la obra socioeducativa de La Salle en Córdoba. Estos educadores se desviven por contagiar su entusiasmo y su afán por educar para la vida a niños/as y jóvenes en grave riesgo de exclusión social, llevando al extremo la función compensatoria de la educación, esa que sólo entiende de verdadera justicia y dignidad. En Estrella Azahara se enseña a estos niños y niñas a que el mundo (su mundo) puede cambiar si ellos/as se lo proponen, porque son ellos/as mismos/as los mayores partícipes de ese cambio, y que no hay tesoro más grande que aquel que encierra cada uno/a en su interior, capaz de conseguir cualquier cosa que se proponga.  


Estrella Azahara y las personas que trabajan en ella hacen que cobre sentido aquello que decían los antiguos griegos: que las personas con entusiamo merecen nuestro respeto y admiración pues llegan a alturas que no pueden ni siquiera vislumbrar las gentes de a pie. ¡Gracias por vuestro entusiasmo!

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