La tortuga tenía la cabeza en el caparazón y se quedaba quieta, pegada al vidrio del acuario; usualmente se meten en su caparazón, estando en lo seco. Vi que la otra la movía y la movía, y la metida en sí misma seguía quieta, en esa especie de soy-piedra que hacen. Pero la otra molestó suficiente, y la tortuga quieta tuvo que moverse y sacar la cabeza. La molestona la siguió, y trató de morderla en la cabeza.
Entendí.
Y recordé a las señoras que toman café y piensan que sus hijos están jugando, cuando uno está abajo del otro y no se está divirtiendo.
Silvia Parque