Epostracismo

Publicado el 15 septiembre 2018 por El Perro Patricia Lohin @elperro1970

Tiro una piedra tras otra al charco de agua que me dicen es una laguna. ¿Cuántos metros cúbicos de agua debe contener un charco para transformarse en laguna?
La laguna parece un espejo, no hay viento.
Se ve el reflejo de mi brazo que con insistencia intenta tirar la piedra haciendo sapito. 
San Google me dice que ese deporte nacido del alpedismo se llama epostracismo. Siento que podría estar una eternidad, envejecer a la orilla del agua sentada en una reposera oxidada y no obtener el resultado deseado. Para alentarme, imagino tu rostro en el agua, pero en vez de lograr que la piedra rebote, el acto se transforma de buenas a primeras en un tiro al blanco.
Sí, ya sé. Mi ocurrencia te hace reír tanto que te duele la panza.
Me quedo inmóvil. Sólo se escucha el ruidito que hacen las bocas de los peces al rozar la superficie del agua.
En la ciudad la mañana es en extremo soleada. Las últimas mañanas del invierno.
Camino y miro para arriba. Para arriba que está todo.
Me pierdo de las cosas que se le cayeron a los otros caminantes. No me interesa encontrar objetos que se escaparon de otros bolsillos.


Buscando el infinito miro el cielo. El cielo atravesado por una grúa. Una especie de Cupido que en vez de tirar flechas a la gente que sale del súper -por favor, ¿cómo es que a nadie se le ocurrió construir un Cupido gigante para flechar a los que salen del mercado?-, tiene una especie de elevador que sube y baja con materiales para la obra.
La grúa enamorada del edificio, y yo tirando estrellas fugaces hacia arriba para que hagan sapito.
Me quedo inmóvil. Sólo se escucha el cantar de los gorriones.
Las nubes apenas si son bosquejos sobre un firmamento turquesa. El cielo parece un espejo, y también te veo allí.
Patricia Lohin

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