Qué feo es equivocarse. Dicen sin embargo que errar es humano. Pero es horrible. La sensación que nos deja se asemeja un temblor interno, una duda lacerante que nos recorre de pies a cabeza poniendo a prueba hasta la última fibra y crispando cada nervio.
Qué feo, si señor. Más si nos ocurre haciendo algo importante. Por ejemplo, en el trabajo. Un sitio donde tenemos responsabilidades, quizá un cargo o simplemente funciones puntuales a las que atenernos.
Nos miden, nos evalúan, y algún paranoico incluso puede decir, esperan el más mínimo error para reprocharnos.
Es feo, claro que si.
Así lo entendió Rómulo después de haber enviado el correo electrónico. Lo supo de inmediato, incluso antes que el teléfono sonara. Aún escuchaba el sonido de la campanilla cuando cerró la puerta de su oficina por última vez. Se dirigió hacia la salida que daba a la calle. No necesitaba que lo echaran. Ya lo había hecho él solo.
Feo, muy feo es equivocarse. Escoger de la lista de contactos "Gerentes" en lugar de "Gentuza del club" y mandarles un e-mail con el asunto "Hola manga de putos".
Feo, de tal magnitud que únicamente podemos atinar a una sola respuesta: irnos y no regresar jamás.
Por vergüenza, aunque sea.