Espero sobre la silla, frente a Pérez Galdós. Levanto la mano y hago un gesto compasivo y elemental: ¡Puta vida!
Sigo esperando. Doy un sorbo al café y acaricio mi cadera izquierda. Busco a ese amigo con el que sueño y dudo. Leo a Platón por el amor a la seguridad, y a Parra por el consejo que es virtud, a Juan Ramón por el amor a la poesía.
Wiesenthal se encierra para escribir el Rilke definitivo. Nos guarda la luz que es misterio.
Pequeña, pequeña, pequeñísima. Me escriben, me llaman. Ya no respondo a las insinuaciones. El mundo me resbala, la poesía ajena me hace reír, la verdadera me acojona.
Y aun así espero. Seguiré esperando. Lo siento si no comprenden. Saúl responde con un acercamiento, el número 13 con una copa.
En la cajetilla de tabaco quedan tres cigarros: uno lo entrego a Satanás, otro a Gil de Biedma y el último lo enciendo. No lo disfruto. Apago pronto el cuerpo. Recito las Mariposas negras de Ropero y el verdadero hombre de Mariscal ante un público exigente y prohibido.
Dudar de Juan Ramón es negar la literatura. Opinar de la certeza es como negar al negro de Cela. Se apellidaba Llompart. Era de Mallorca.