Era una tarde de abril
y el nordeste fiel soplaba,
se colaba por las puertas
meneando las ventanas.
Era el viento marinero
de las costas y las playas,
quien curtía a los marinos
bronceando bien sus caras.
Era un día de Folía,
esa fiesta limpia y clara,
en que sacan los marinos
a la Virgen por la barra.
Y la sacan, como antaño,
por las olas tan rizadas,
entre cantos y entre salves
de picayos y picayas.
Yo he vivido muchas tardes,
la Folía tan citada,
y la he visto desde el faro
y también en la atalaya.
Otras veces la he seguido,
embarcado en una lancha,
y siguiendo las estelas
de las olas siempre blancas.
Semejaban mil diademas,
como estrellas estiradas,
esas gotas del salitre
que con gracia nos rozaban.
Yo vivía intensamente
esas tardes ya lejanas,
y lo hacía en el presente
de esa Madre tan rezada.
Pero ahora es otra tarde,
otro abril el que me llama,
nuevo tiempo de Folía
y nordeste con su capa.
Con su manto plañidero
alcanzando las campanas,
y buscando en los badajos
esa nota tan exacta.
La que alcance corazones
y nos traiga la esperanza,
a esta villa marinera
que a la Virgen reza y canta.
Cantaremos a María,
la "barquera" de las almas,
que hace tiempo vino a vernos
no queriendo que marchara.
Era una tarde de abril,
con nordeste, como tantas,
cuando vino hasta nosotros
una Virgen con su barca.
Era una barca sin remos,
sin velamen y sin nada,
con una Virgen y un niño
que en sus brazos nos miraba.
Y los hombres barquereños,
los "pejines", que les llaman,
construyeron una ermita
para hacer de ella su casa.
La capilla encantadora
de la Virgen capitana,
esa Virgen barquereña
tan coqueta y tan rezada.
"...Era una tarde de abril
y el nordeste repicaba,
allí comenzó la Folía
en una tarde de tantas..."
Rafael Sánchez Ortega ©
06/04/15