Ermitaño.- #Ancla2

Publicado el 08 septiembre 2015 por María José Luque Fernández @sonrisasdecamaleo


La densa niebla lo cubría todo, eran cerca de las doce cuando comenzó a sonar la gran campana de la Iglesia.
La puerta de madera desgastada por el paso del tiempo permanecía cerrada desde hacía ya 10 largos años, cuando el último lugareño decidió recoger sus escasas pertenencias y marchar hacia la ciudad.
Las avispas habían anidado en las absides, nada accesibles cercanas a la puerta.
Eran junto con algún despistado caminante,  aventurero la única señal de vida existente de aquel lugar.
Replico nuevamente la campana, podía escucharse en el pueblo cercano.
El ermitaño, así le gustaba que le llamasen, estaba tan sorprendido que apenas podía ni tan siquiera pestañear.
Hacia relativamente poco tiempo que decidió quedarse a vivir allí.
Al principio eran unos días de descanso, necesitaba escapar  del estrés que últimamente le generaba su trabajo.
La gran ciudad, la deshumanización en que cada mañana, debía sumirse, ese caos involuntario en que los negocios sumergen los sentidos y desaparecen las emociones.
A pesar de ser una persona tranquila, que practicaba doctrinas como el yoga, la meditación que ayudaban a sobrevivir en al jungla, él cada mañana se colocaba la mascara y se sumergía en aquella vida que tanto odiaba, que estaba abocada al desastre.
Tenía todos los papeles,  era el protagonista y el actor de esa gran obra que es la vida y ese gran teatro que es el mundo.
Ahora sí, era realmente feliz, la dicha alcanzada.
Semejaba el alma sin quebranto en un mundo de paz y armonía de lucha diaria.
la curiosidad del ermitaño acerco sus pasos a la iglesia y vio la puerta abierta. Las avispas revoloteaban nerviosas había sido turbada la paz de su hogar.
Dos largiruchos trajeados recorrían a su antojo el santo lugar. Al verle, no cejaron en su empeño, sacaban fotos, anotaban.  ¡Ay! Penso el ermitaño ahora si la iban a liar.
Como bien imagino la Santa Iglesia había decidido trasladar cuantas piezas de valor hubiera al museo de la ciudad. Debían preservarse el arte y la cultura para el bien de la humanidad.
El ermitaño decidió no inmiscuirse en aquellas transacciones, nada tenían que ver con él. Aquella lucha entre lo humano y lo divino.
Antes de salir por la puerta de la iglesia, se volteo y miro al techo de la iglesia, donde la luz penetraba con fuerza entre los agujeros de aquella gran roseta que siempre tanto le había gustado. Semejaba para él que no era creyente, una apertura desde la obscura dimensión del mal hacía la luz del sol.
Y el continuo su camino, se fundió en el bosque, atravesó aquella pasarela que parecía no tener fin, amontonando las hojas del otoño, solo un pequeño remolino levanto el vuelo ante el bufido del viento.
Gotas de agua bailaban sobre la superficie.
Su camino, al fin lo había encontrado................
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