Si el mundo estuviese hecho de harina, querríamos conocer los secretos de la
harina; si de huevo, los secretos del huevo; si de plastilina, los de la plastilina.
Nosotros estamos hechos, sobre todo, de palabras. Cuando nacemos, alguien toma
en sus brazos ese trozo de carne fresca y comienza a amasarlo con palabras. Somos
niños o niñas, altos o bajos, feos o guapos, porque nos cuecen en una salsa de
adjetivos, pronombres, verbos, adverbios y preposiciones. Un hombre hecho,
incluso a medio hacer, es el hijo de, el novio de, el padre de, el amigo de, del mismo
modo que es ingeniero o médico o mendigo, además de español, inglés o lituano.
Por eso, conviene conocer el funcionamiento de las palabras con la precisión con la
que conocemos el de los pulmones.
El corazón mata, pero las palabras también. […].
J. J. MILLÁS, en El País