No obstante, y de buena fe, dos días después del fallecimiento de alguien, un observador atento puede tener la impresión de que el cabello del difunto ha seguido creciendo, simplemente porque la piel se seca y, por tanto, se contrae. La piel y la carne van perdiendo agua poco a poco, y la carne se va encogiendo y retirando, pero las uñas y el pelo no contienen agua, de modo que no se encogen.
Pero como el pelo no se cae inmediatamente, esa sequedad y contracción de la piel pueden dar la impresión de que el cabello crece realmente en la zona observada.
Este mecanismo se observa muy claramente en las uñas, en la medida en que la piel de los dedos se contrae más rápidamente. Y en los hombre, el fenómeno se observa también en la barba, que no es que crezca, en absoluto, sino que la sequedad y la contracción de la piel dan también esa impresión
La razón de que este mito haya sobrevivido tantísimo tiempo es doble: por un lado, nuestra intuición es, en este caso, nuestra enemiga. En nuestros cuerpos, estamos muy acostumbrados a que las uñas y el pelo crezcan, pero nada acostumbrados a que la piel y la carne encojan, de modo que es “evidente” cuando miras un cadáver con las uñas aparentemente largas que han crecido, no que la carne se haya retirado de ellas. Por alguna razón, la intuición no se extraña de que en poco tiempo hayan crecido lo que tardaría un mes si la persona hubiera estado viva.
Por otro lado, los seres humanos tenemos una relación psicológica muy retorcida con la muerte. Nos da miedo, pero nos fascina. No queremos hablar de ella, pero absorbemos cualquier información sobre ella con avidez… y cualquier dato misterioso o sorprendente se queda fijado en nuestras mentes y no las abandona
Así pues, muy claramente y de una vez por todas, las uñas y el pelo no crecen después de la muerte.