Juegan las manitos de metal en su caja de arena. Lo hacen lenta y repetitivamente, como las jóvenes manos de cualquier pequeño robot. Sus ojos brillan intermitentemente de color rojo, mostrando lo más parecido a una respuesta emocional. Entran y salen de la tierra. Cavan y cavan. Día y noche. Su bateria no mide funcionalidades, sino solamente la alegría de jugar. Y así siguen hasta el centro de la tierra y más allá. Llegan al otro lado y siguen hasta el cielo, cavando en el aire. Hasta que al fin caen al espacio y la presión los destroza. Y flotan los pedazos de metal junto a otros más viejos.
Juegan las manitos de metal en su caja de arena. Lo hacen lenta y repetitivamente, como las jóvenes manos de cualquier pequeño robot. Sus ojos brillan intermitentemente de color rojo, mostrando lo más parecido a una respuesta emocional. Entran y salen de la tierra. Cavan y cavan. Día y noche. Su bateria no mide funcionalidades, sino solamente la alegría de jugar. Y así siguen hasta el centro de la tierra y más allá. Llegan al otro lado y siguen hasta el cielo, cavando en el aire. Hasta que al fin caen al espacio y la presión los destroza. Y flotan los pedazos de metal junto a otros más viejos.