Nunca supo cómo había pasado, no importaba. Se deslizaba lenta y suavemente con brillos de colores, azules, verdes, ocres inigualables. De vez en cuando se sonreía con su propio alboroto, con sus giros de alegría. Y se topaba con flores desconocidas, versiones de vidas sorprendentes y cautivadoras. Luego el susto incierto aparecía. En su interior un caleidoscopio de soles como las gotas de la lluvia, chocaban contra multitudes de grises entre sí mismos enlazados. Y al final de su viaje atemporal repleto tan sólo de sensaciones, se convertía en grande, apacible, amoroso, dueño y señor de las vidas.