Revista Literatura

¡Esas tres palabras endiabladas!

Publicado el 24 marzo 2018 por Nauka Cuervo Negro

¡Esas tres palabras endiabladas!

En esta ocasión no publiqué el balance el mismo 31 de diciembre como el anterior, ese día lo pensé, pero no lo hice. A diferencia del año anterior, ese día no me hacía sentir triste y eso ya es un punto muy positivo y diferente con respecto al año anterior.

De todos los propósitos que marqué en ese balance del 2017 como posibles y realizables durante el 2018, me enorgullece admitir que hubo unos cuantos que completé. ¡Qué buena idea tuve al escribir aquel post antes el finalizar el año! Porque ahora veo las diferencias entre un año y otro y me anima.

¡Otro año más sin fumar! Y lo mejor de todo es que no lo echo de menos, puedo estar entre personas que fuman y no sentir el menor deseo por encender un cigarrillo. Nunca pensé que fuera posible porque, honestamente, yo era del tipo de fumadora que, aunque deseaba con toda mi alma dejar de serlo, en mi interior pensaba que era imposible en mi caso. El sólo hecho de pensar en dejarlo aumentaba mis deseos de encender un cigarrillo y todas las veces que lo intenté, fracasé. Así que no albergaba esperanzas sinceras de conseguir abandonar ese mal hábito, ni siquiera pensaba en cuanta ansiedad sufriría mientras lo dejaba, que es lo normal y principal que se piensa cuando se tienen expectativas de dejar el tabaco, no, yo era fumadora de las tontas, de las que pensaban que me gustaba fumar y le veía desventajas a eso de dejarlo, aunque me estuviera asfixiando, aunque me estuviera consumiendo, aunque me estuviera arruinando, aunque me estuviera matando, ─es que a mí me gusta­­­─ me decía yo tan ricamente y me quedaba tan ancha. ¿pero qué gustar ni qué ocho cuartos?, el sabor del cigarrillo sea la marca que sea, tiene de sabroso lo que yo de millonaria. ¿Me gustaba tener los dientes amarillos?, ¿frotarme los ojos tras fumar y que me ardieran las pupilas cuando no me acordaba de lavarme las manos llenas de nicotina? ¿oler a humo rancio y que me olieran a eso? ¡toda mi casa olía a eso!, y el coche, y la ropa, aunque estuviera recién lavada. Todo, ¡absolutamente todo!

En el fondo quería encontrar una manera de dejarlo. Me asustaban las consecuencias de fumar tanto ─cada vez más, aunque no lo admitiera─ y por la noche, en la quietud y el silencio de la madrugada, escuchaba mis latidos acelerados y me invadía el miedo. ¿Cuántas personas conocía que habían muerto por un repentino infarto? Y en su mayoría jóvenes, ¿qué garantizaba que yo no sería una de ellas? De hecho, el número de infartos es mayor en mujeres que en hombres…Definitivamente tenía que hacer algo al respecto y cuanto antes…Pero todo se diluía con las primeras luces del nuevo día. Y así pasaban los meses, los años.

La vida es demasiado linda para perderla lentamente a cada calada. Demasiado sabrosa para no darse cuenta de eso paladeando nicotina y humo. Es como caminar por un campo sembrado de flores silvestres con los ojos cerrados mientras te repites a ti mismo que no lo contemplas porque ya lo tienes visto, no tiene ningún sentido, fumar no tiene sentido ni razón.

Leí en un libro ─que, por cierto, trataba de cómo dejar de fumar─ que el fumador es como alguien que se lanza al vacío desde la azotea de un edificio muy alto, y a medida que va cayendo para precipitarse al suelo se dice a sí mismo “no es para tanto, a mí no me pasó nada por saltar”. Yo era muy consciente de lo que me esperaba al llegar abajo, lo sabía desde poco después de saltar desde la azotea, sin embargo, no encontraba un modo de aferrarme a un saliente y evitar el golpe o quizá es que no me atrevía a hacerlo.

Métodos para conseguir dejarlo hay muchos, tantos como personas en el mundo, todo es cuestión de analizar qué tipo de método viene bien a cada caso. Lo que para algunos es tan simple como comer chicles de nicotina comprados en la farmacia, a otros no les ayuda en absoluto. Leer un libro de autoayuda o acudir a unas cuantas sesiones de hipnosis. Tomar medicamentos prescritos por el médico o el pitillo de plástico sabor menta, etcétera. El remedio que nunca falla es la determinación y estar absolutamente convencido de que no quieres continuar fumando, cuando te convences a ti mismo de que eso es lo que realmente quieres, el método escogido es lo de menos pero claro, cuando unimos a cualquier método las tres palabras endiabladas “fuerza de voluntad”, automáticamente tendemos a pensar que no va a darnos resultado. ¿Qué palabras tan chungas no? Fuerza de voluntad, dios mío, que tengas un propósito y te digan que para conseguirlo la necesitas es igual como resolver A + B + Fuerza de voluntad = ¡Bah! paso, no me gustaba tanto este rollo de todas formas.

A- Puede ser igual a 6.000 euros que no tienes ni puedes pedir prestado a nadie y sin embargo piensas, bueno, pues pido un préstamo y en paz, ya saldré del atolladero como sea.

B- Puede ser igual a ingerir cualquier tipo de sustancia medicamentosa o extraña que no conoces, no sabes si eres alérgico, no sabes si es tóxica o incluso más venenosa que el tabaco, pero a Fulanito le funcionó de maravilla, así que a mí también, aunque tenga que ir a China a buscarlo y tenga que pedir permiso en el trabajo, aun a riesgo de que me despidan, porque la salud, oiga, ¡la salud es lo primero!

¡¿Fuerza de voluntad?! ¿pero qué dices?, ¿Y cómo hago yo eso?  ¡vamos, ni de coña!

Fuerza de Voluntad: Dícese de un duro castigo en el que nos mantiene rodeados de sudor, sumidos en pesadillas que nos obligan a movernos de manera espasmódica en la cama, o pasando todo tipo de ansiedad horrible e incontrolable, tirándonos de los pelos y hasta dándonos de cabezazos contra la pared hasta que caes de rodillas derrotado, implorando por un cigarrillo. ¡Oh, no! Antes crucificado, que se sufre menos.

En realidad, no es lo que nuestra imaginación nos hace creer, la fuerza de voluntad es lo que nos mantiene activos todos los días, lo que nos hace levantarnos cuando suena el despertador e ir a trabajar, hacer las tareas de casa, ocuparnos de nuestras responsabilidades. La fuerza de voluntad estuvo ahí siempre con nosotros, animándonos a hacer cosas y dar pasitos en la vida, a tener paciencia, a saber esperar, a ser fuerte en los momentos difíciles, a aprender de lo bueno y lo malo… ¿por qué queremos desprendernos de algo tan importante y que nos ha acompañado toda la vida justo cuando tomamos una decisión tan trascendental? ¿Por qué asustarnos de ser conscientes que la necesitaremos más que otras veces?

Sucede que la asociamos erróneamente a esos momentos de nuestra vida donde una dosis muy importante de fuerza de voluntad era necesaria para hacernos avanzar, cuando el dolor por un hecho nos tiene consumidos y la fuerza de voluntad nos ayudó a salir de eso, o cuando nos vimos obligados a realizar un gran sacrificio en pos de un objetivo muy difícil y la fuerza de voluntad nos acompañó durante todo el proceso, pero eso son sólo ejemplos de lo mucho que vale nuestra fuerza de voluntad como herramienta para superar cualquier obstáculo y dejar de fumar no es de los peores que hemos pasado en nuestras vidas, os sorprenderíais.

Yo descubrí todo esto de manera casual, sin pretenderlo.

Elegí el cigarrillo electrónico como método para alejar el humo de mi vida, supongo que un 50% fue la curiosidad por probar algo nuevo y el otro 50% fue pensando que quizá ayudaba un poco. Y de ese modo, vapeando, alejé definitivamente la cajetilla y el mechero de mí para adoptar las esencias, los cargadores de batería y todos los accesorios necesarios para poner en marcha un pitillo de vapor.

He de decir que me funcionó a las mil maravillas y me tomé muy en serio eso de ir reduciendo la nicotina cada pocas semanas, tanto es así que dudo que fuera la adicción a la nicotina lo que me mantenía enganchada a vapear, sospecho que eran los sabores de las esencias lo que me hacía disfrutar del hábito del cigarrillo electrónico, pero fuera como fuere, lo cierto es que no fui consciente de que desde el día que comencé con eso y dejé de fumar un día entero, ya era prácticamente una ex fumadora. Lo cual no significa que no debiera dejar de vapear, aunque mi golosina particular me gustaba de verdad, no como el humo del tabaco. En cualquier caso, había que dejarlo. Y ahí estaban otra vez esas tres palabras endiabladas danzando en mi mente.

No fue hasta que enfermé de gripe que me decidí a dejar de lado “temporalmente” el cigarrillo electrónico. Cuando esto sucedió, apenas podía llenar mis pulmones de aire debido a la gripe que derivó en bronquitis, yo sabía que el respirar vapor de esencias no ayudaba a mejorar y fue de ese modo tan tonto que me dije ─ si acaso hoy no vapeo, a ver si mejoro─ y lo que se convirtió en un día sin vapear, fueron dos, y tres…ni siquiera me di cuenta de que lo había dejado. Había logrado reducir tanto la nicotina en cada cigarrillo que prácticamente la había eliminado, y de ese modo, mi dependencia a ella.
Dejé que continuaran pasando los días sin vapear y cuando pasó el primer mes, supe que lo había logrado. En esos días ni una sola vez sentí la necesidad de fumar, ni cuando estuve nerviosa, ni deprimida, ni triste, ni contenta, ni aburrida, ni activa… En ningún momento.

Aprendí a saborear la vida de verdad. A beber un buen café con todo su sabor. A saber lo que es ir al cine sin preocuparme del tiempo de duración de la película y mi aguante sin fumar. A disfrutar de las reuniones familiares sin tener que irme fuera, sola, a fumar. A no preocuparme en la noche si me quedan un par de cigarrillos y buscar maneras de ir a buscar una cajetilla antes de ir a dormir porque esa inquietud no me dejaría pegar ojo. A no controlar el horario de todos los establecimientos y gasolineras, si por casualidad, me quedaba sin tabaco. A elegir ocupar mesa en el interior de cafeterías o restaurantes y no pasar un frio del carajo o un calor del demonio, sólo por tener garantizada la oportunidad de fumar sin molestar. Y como esos ejemplos, millones y millones.

Descubrí que esas tres palabras endiabladas se encontraban en mi fórmula para vencer el tabaco desde el momento en que decidí no encender un cigarrillo ─aunque lo sustituyera por el electrónico─ y que me acompañaron durante todo el camino hasta aquí, especialmente cuando decidí no vapear por unos días y en el momento en que tomé la decisión de no volver a vapear. Me acompañaron cada vez que decidía bajar un poquito más la dosis de nicotina de cada cigarrillo electrónico, mezclando las esencias de manera que la mayor parte del contenido era sin nicotina y de ese modo mi consumo era menor y también mi dependencia. Me acompañaron cada vez que estaba entre personas que fumaban y yo no me daba ni cuenta que no deseaba un cigarrillo ─me daba cuenta después que había estado entre fumadores y tan ricamente─ y eso me hacía sentir orgullosa de mí misma ─sensación increíble─. Me acompañaron cada día que decidía no fumar tabaco común mientras vapeaba, manteniendo firme mi decisión de no volver atrás. Y esas tres palabras endiabladas adquirieron un significado distinto y más grande y absoluto de lo que yo imaginaba en un principio. Ojalá, leer estas líneas te ayude a ti también a emprender tu propia fórmula contra el tabaco o cualquier otro obstáculo que debas vencer.
Procuro que todas mis fórmulas, día a día, incluyan esas tres palabras endiabladas del mismo modo que procuro hacer más potente mi fuerza de voluntad para que me acompañe, como un amigo fiel que me da ánimo en los momentos difíciles, en todos los caminos que decido emprender en la vida, independientemente de los obstáculos que encuentre en ellos. La fuerza de voluntad no es infalible, pero sin ella no existiría el éxito.



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