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Si me preguntan, a mí con los hombres me pasa como con los cuadros de Miró, que de lejos me impresionan mucho pero al acercarme sólo veo manchas deformes sin sentido. Sé que es una comparación odiosa, porque a mí los hombres me gustan mucho más que los cuadros de Miró, sobre todo si son guapos y altos.Entiendo a los hombres en la misma medida que entiendo las normas del mus; todo va bien hasta que tengo que contar los puntos. Me quedo corta, claro.Pero a pesar de esto, o gracias a esto, aún no lo sé, creo que nos llevamos muy bien; yo les perdono que me dejen siempre (sobre todo cuando me dejan por nadie) y ellos me perdonan que yo sea lo que quiera que yo sea. Mis amigos dicen que es normal que amanezca a menudo con resaca, aunque ya no fume y beba imperceptiblemente menos, si lo único que hago es revolcarme con el pasado y aparcar el presente en el futuro. Que así echa la pota cualquiera.Están todos empeñados en demostrarme que los tiempos no deben mezclarse, y que mejor me fije en otras cosas que conozco, como los cuadros de Miró, que permanecen en el tiempo sin moverse, y no como los hombres, que su destino natural es largarse. A mí me gustaría que fuera al revés.