Revista Literatura

Escala

Publicado el 22 abril 2011 por Migueldeluis

EscaladoraEs muy fácil pasar de largo junto a un niño que vive en la calle. Lo sé porque lo he visto convertidos en elementos móviles del paisaje urbano. El niño de la calle sufre una curiosa transformación, empieza siendo un gato, capaz y resuelto, se convierte en un perro viejo y acaba por desaparecer como un fantasma, sin que nadie se extrañe y se conmueva.

Un señor tenía tanto miedo que se hizo un castillo sin ventanas ni puertas para que nadie pudiera entrar. Desde entonces vive prisionero de su propia fortaleza.

Este es nuestro problema: hemos aprisionado nuestro corazón porque nos da miedo el mundo. El valor es la primera virtud. Reservarse las opiniones puede ser necesario, pero la mentira es cobardía. El valor engendra la honestidad y rompe muros, empezando por los de nuestro propio corazón. Sin valentía no se puede confiar, ni esperar, ni compartir, ni amar, ni dejar que nadie sea libre.

Tememos al mundo y con razón. Hacer el bien es buscarse problemas. Pero no hacer el bien es morir. Con el tiempo esa muralla que hemos construido tan laboriosamente alrededor de nuestro corazón nos posee y se hace todo de piedra.

http://www.flickr.com/photos/ralphrepo_photolog/4078245435/

La generosidad es de los valientes.

No es mi propósito provocaros pena. Sería inútil. Para la pena, para la compasión, es precisamente para lo que hemos construído esa muralla. Tememos y, repito, con razón lo que podemos hacer si dejamos que nuestro corazón se compadezca. Y es que la compasión es poderosa, tanto que se la confunde con un dios, y ese poder asusta.

¿Sabéis lo que significa? Padecer con, sentir como propias las alegrías y tristezas de alguien, estar a su lado y actuar en consecuencia. Algunos les parece increíblemente difícil, una epopeya al alcance sólo de héroes como los niños con síndrome de Down.

Si nos compadecemos no podemos vivir de cualquier manera. Es imposible creer que consumir nos traerá la libertad y compadecerse al mismo tiempo. Como mucho podremos abrir ventanas medidas en nuestro mundo y llamarlas “telemaratón”, “navidad” o “solidaridad” y solidaridad de piltrafillas, preguntadle a un banco que significa un préstamo solidario. ¿Os asombrará la respuesta?

Las obligaciones solidarias son aquellas en las que, concurriendo varios acreedores y deudores cada acreedor tiene derecho a pedir y cada deudor debe prestar íntegramente la deuda.

Están bien esas ventanas, permiten que nuestro corazón no se asfixie, pero apenas le dejan aire. No son suficientes para soñar. No bastan para hacerse santos. No bastan para que seas quien eres. Sirven lo mismo que el patio al preso, un aire imprescindible para sobrevivir, insuficiente para ser.

Escala tu muralla.

Esto es lo que propongo. Escala tu muralla, te parecerá imposible, tan alta y gruesa la has hecho. Y sin embargo puedes, puedes ahora mismo, tú diseñaste los planos y pusiste los ladrillos. Conoces sus agarraderas y sus puntos débiles.

  • Escala tu muralla y cuando la televisión muestre algo digno de llorar, llora y piensa y haz
  • Escala tu muralla y cuando te topes con algo indigno, indígnate, y piensa y haz
  • Escala tu muralla y cuando te topes con la mentira, grita mentira, y piensa y haz
  • Escala tu muralla y cuando te topes con lo imposible, rebélate, y piensa y haz lo que puedas hacer
  • Escala tu muralla y cuando te sientas solo para luchar, ábrete y piensa, y encuentra amigo, échales una cuerda, una escala, fabrícales un ascensor si hace falta para que abandonen también sus murallas

Lucha, trepa, no mires abajo, te va tu vida en ello. Vive o abandónate hasta tener tu corazón de piedra. Si te compadeces sólo tendrás una manera de vivir, pero, mira por donde, resulta que es tu única vida verdadera.

Escala

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