Escapada de fin de semana a Castilla la Mancha. Por Max.

Publicado el 20 abril 2012 por Maxi


El 15 de Abril fue el cumpleaños de mi querida compañera y el 18 también alcanzamos al 36 aniversario de nuestra boda, así que para celebrar tan magnos acontecimientos, decidimos aprovechar una noche de paradores -que los siempre detallistas hijos- nos habían regalado por las Navidades.


Dispuestos a conocer Sigüenza (Guadalajara) en la madrugada del 14 –81 aniversario de la II República- emprendimos rumbo a Castilla la Mancha, con la esperanza de que allá hiciese mejor tiempo que aquí, que se presentía bastante chungo. Pasamos la autopista del Huerna de noche, con nieve en los alrededores, muchas nubes y bastante frío. En León nos desviamos hacia Burgos y un poco antes de Lerma hicimos un alto para estirar las piernas y desayunar. Pasada la monumental villa, derivamos a la izquierda por carreteras de segundo orden en dirección a Atienza, parando cuando nos apetecía a tirar unas asemeyas y disfrutar del paisaje serrano –en una de esos altos, tuvimos la fortuna de contemplar como corrían por el descampado unos ciervos? gamos? ¡en fin! un puñado de bichos de esa especie, la pena es que no me dieron tiempo de fotografiarlos en tan sin par carrera-


Para medio día habíamos llegado a la preciosa villa de Atienza, aunque estuvimos en un tris de continuar de largo, menos mal que la silueta del castillo nos llamó la atención. Cuenta con una plaza del Trigo no demasiado grande pero muestra unos soportales y rincones muy hermosos, con columnas de piedra y madera. Los restos del castillo con su torre del homenaje constituyen una perfecta atalaya de los alrededores. Da la sensación de haber sido habitada en la Edad Media por un laborioso pueblo de beatos arrieros. Todavía hoy, muestra su ancestral papanatismo religioso, ya que conserva cinco de sus incontables iglesias, en las que destaca una talla de madera de Jesús crucificado, que dicen tiene más de ochocientos años. Comimos bien, regando el gaznate con vino de la tierra -ribera del Duero- Unas migas fueron compartidas y de segundo una ternera manchega que por supuesto no estaba tan tierna como la asturiana. Mientras llenábamos el buche, descargó una tormenta –que nos había respetado antes- Con el estómago satisfecho continuamos rumbo, pasando por el medio de unas salinas, cuando del cielo chispeaban pequeños copos de nieve, llegando poco después a Sigüenza.


Eran cerca de las siete, cuando el gps nos dejó en la plaza del Castillo s/n indicándonos la llegada a destino. Bajamos la maleta y traspasamos la puerta de entrada, se trataba de un castillo enorme, con un alargado patio interior adornado con jardines y las moradas situadas a su alrededor. Creo que fue iniciada su reconstrucción -partiendo de un muy ruinoso estado- hacia principios del siglo pasado, cuenta con unas amplias salas, las habitaciones tienen un mobiliario antiguo, aunque no están mal del todo. Estos Paradores me ponen de mala hostia, ya que me recuerdan su época dora, en tiempos del trapacero Fraga y de su admirado Quícaro sanguinario del Ferrol y no puedo remediar el sentirme molesto. Sigüenza es mayor que Atienza y para mi gusto más fea, si aquella se veía medieval, esta se adivina como meapilas y retrógrada para dar y tomar. Pasamos el resto de la tarde con los oídos martirizados por los continuos campaneos ¡menudo concierto!


El domingo 15, abandonamos Sigüenza sin optar por acercarnos al río Dulce que según los folletos tiene un mirador dedicado a Félix Rodríguez de la Fuente, desde el cual observaba a sus bichos. Planificamos el comer en Medinaceli, para ello seguimos en plan excursión, varias carreteras comarcales –a todo esto el tiempo había mejorado bastante- Aquí si pudimos hacer asemeyas a varios ciervos y también a una colonia de pajarracos alados que se encontraban en una ladera, también encontramos unas cuevas naturales divididas por muros de piedra interiores, donde nos entretuvimos un buen rato.


Llegamos a Medinaceli (Soria) en la cual al estar asentada sobre un elevado cerro, corría una brisa fría que cortaba. Es romana y también árabe, cuenta con restos de mosaicos romanos bastante bien conservados, en un par de plazas. Guardan parte de los muros de un castillo, en el que en su patio interior acomodaron el cementerio de la villa. Cuenta con una preciosa y amplia plaza Mayor, antiguo foro romano. La villa tiene restos de su muralla desde tiempos romanos, cuenta con unas callejuelas restauradas recientemente y bien cuidadas y por las que daba gusto pasear si te daba el sol. Después de hacer un recorrido circular, nos fuimos al restaurante, donde saboreamos un revuelto de setas que compartimos y a continuación degustamos una sabrosa pierna de cordero a la brasa –sin excederse, ya que restaban todavía muchos kilómetros de conducción- que estaba para chuparse los dedazos. Hasta intentamos comprarles dulces a las monjas Clarisas, pero ni siquiera se dignaron abrirnos el torno, debieron adivinar que éramos unos hijos de Satanás los que picábamos a su cancela ¡ellas se lo perdieron!.


En el camino de vuelta, llegamos por la autopista de Burgos acunados por un sol espléndido, encontrando que los paneles de la del Huerna, anunciaban el Pajares cerrado, pensando que los encargados de los indicadores no se debían haber enterado que ya se acabara el invierno hacía un tiempo. No había nubes y el sol calentaba pero… ¡cosa un poco extraña! el viento acercaba agua al parabrisas, llegando a la Magdalena el panorama cambió radicalmente ¡estaba nevando! La niebla lo tapaba todo, pasamos el túnel del Negrón sin adelantar al quitanieves, al final del mismo continuamos agazapados detrás de la máquina tronante que nos abría paso, esperando terminar el blanco mar pronto. Cerca de las nueve llegamos a casa, contentos y satisfechos del fin de semana.


Siguen unas asemeyas obtenidas por aquellos lugares.

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