Si bajan a comer de las semillas,
la mano que las ha llamado
se resigna al orden que ellas imponen,
permite que su mudo bullicio,
su febril picoteo
cubra y se haga con la escasa materia.
Si, con mínimo movimiento, las altera,
quedan en línea, casi quietas.
De lo que sirvió como reclamo,
nada, solo graznidos
de cuervo
o de carancho,
ya se sabe.