Recuerdo que, hace un año, por estas fechas, me encontraba enfrascado en la corrección de La chica de las mariposas. Eran meses trepidantes e ilusionantes para mí. Mi sueño, poco a poco, iba tomando forma y todos los años escribiendo la novela empezaban a merecer la pena.
Últimamente pienso mucho en cómo escribí esa novela y cómo escribo ahora.
Durante aquellos años, escribía cuando me apetecía y siempre como hobby, creo que nunca me obligué a hacerlo. Escribía con la esperanza de publicar, sin presión, sin prisa, pensando, como siempre había hecho, que si no publicaba esa novela, lo haría con la siguiente, que tan solo era cuestión de tiempo, de trabajo, de esperar, que estaba haciendo las cosas bien y me gustaba lo que hacía.
Creo que todo ha cambiado.
Sigue gustándome lo que hago, pero escribo con una presión que no me gusta. Tengo que escribir mejor, la historia tiene que gustar más y ser más buena que la anterior. La prosa debe ser más bonita, debe tener los giros necesarios y la trama resultar interesante, los personajes deben ser redondos y carismáticos. Y, por supuesto, debe haber un final que quite el aliento.
Todo estos elementos ya debían estar antes, pero ahora lo vivo con más presión porque me siento observado y juzgado.
Lo peor es que esa presión no me la impone nadie, soy yo mismo el que se exige y se destruye continuamente.
Luego viene el tema de compararse a los demás y la presión se hace aún más grande.
Porque sí, porque pensar que yo escribí mi novela en tres años y hay gente escribiendo una novela cada tres meses no es muy alentador. Somos nuestras circunstancias y cada uno tiene su ritmo, pero ver a autores continuamente en el tintero publicando cosas, moviéndose, con cada vez más seguidores y mas metidos en el mundillo, te hace preguntarte en todo momento qué demonios estás haciendo con tu vida.
Y la respuesta no suele ser muy positiva.
Y repito: la presión no dejo de ponérmela yo porque parece ser que, ahora que por fin he publicado, no puedo retroceder, tengo que ir a más. No es una recomendación, ni un deseo, es una obligación.
Y eso parece que significa publicar una novela al año porque, si no, no estás en el tintero; publicar en alguna antología para que la gente siga acordándose de ti, que se te vayan abriendo puertas y aumentes tus seguidores en cientos; para que se note que eres alguien, que esto de la escritura no es cuestión de suerte ni flor de un día.
Crear más, pero no sé si mejor.
Crear, en general, pero no sé si disfrutándolo.
Porque hubo un tiempo en que escribía con la ilusión de que la gente me leyera y disfrutara con lo que hago, y sigo haciéndolo, pero estoy en un punto en el que muchas veces siento obligaciones que no quiero asumir, deberes que me autoimpongo y, a la vez, me crean ansiedad.
Porque quiero escribir para disfrutar, no como obligación para la gente siga acordándose de mí.
Y creo que me estoy arrastrando a mí mismo al abismo.
Porque, ¿qué pasaría si no consiguiera publicar la novela que estoy escribiendo ahora mismo? En principio, no debería pasar nada y debería tomármelo como un simple bache en el camino.
Pero, probablemente, me hundiría.
Pensaría que lo de mi primera novela ha sido una ilusión, que no sirvo para esto, que nada ha merecido la pena.
Nadie ni nada me obliga a publicar constantemente, pero nos hemos creado una visión en la que creemos que no publicar constantemente es caer en el olvido, cuando, en realidad, creo que es lo normal.
Supongo que, al fin y al cabo, más que obligarme a escribir y crear mucho, con la posible pérdida de calidad que eso puede acarrear, a lo que debo obligarme es a remodelar mi cabeza para aceptar las posibles caídas que pueda haber en este largo camino. Y, sobretodo, hacerme a la idea de que cada persona es un mundo y no puedo compararme a los demás.
Creo que esa será la única manera de avanzar de verdad.