Escribir en volandas.

No han sido ni una ni dos, sino varias las veces que he entrado en este blog para escribir, y lo he cerrado tan vacío como lo encontré. Es un vacío que yo le traspaso al acercarme, desde que varios apoyos en los que me sostenía se (me) quebraron. Muletas personales, cercanas, queridas y necesarias que -por falta de madurez recíproca o mero desinterés, vaya usted a saber- decidieron en su momento ausentarse.

Un escritor (o incluso alguien que se cree tal) necesita de muchos bastones y en proporción inversa a su edad o bagaje literarios, curiosamente. Se nutre de comentarios, “pulgares arriba”, palabras dedicadas, recomendaciones públicas, críticas (incluso desfavorables, si están bien argumentadas), palmaditas virtuales en la espalda, gestos de interés en su próxima creación, preguntas, charlas monotemáticas (que pueden cansar a foráneos del mundillo), y algunos (no es mi caso) de eventos y demás tertulias literarias sociales. Todo ello impulsa y motiva al cuentista, al relator, a tener un objetivo claro, una meta, una ilusión y un porqué. Si -como sería lo deseable- además tiene una fecha de entrega de su trabajo, miel sobre hojuelas. Sin embargo, y quizás ya hable solo de mí, ocurre todo lo contrario.

No quiero ser como esas personas derrotistas, fatalistas, que solo ven negro y -esforzándose mucho- algo de gris. No pretendo que esto se considere una queja o un lamento de quien, esperanza en blanco, acude a su página a desahogarse sin más. Pero sí agradecería que aquellos que me regalan sus afectos de forma personal, ya sea diaria u ocasionalmente, recordasen el mensaje del párrafo anterior. Al menos de vez en cuando, al tomar una cerveza juntos, al coincidir en una casualidad callejera, al celebrar un festejo familiar, al observarme con la sonrisa a media asta en una foto, al volver de su trabajo, de sus estudios, de sus viajes, de sus olvidos… La parquedad manifiesta del mundo editorial actual ya es suficiente carga para un escritor poco (o casi nada) conocido; no hay que trasladarla al terreno íntimo, por muy justificada que se pueda creer esa abstinencia. Resulta demasiado cruel.

Y así, en esas, “Luana” y su imperfecto pero cómico mundo se encuentran sumergidos en el más sobrio abandono de esta autora, a la espera de una respuesta sobre la ya terminada “Dementales”, que debería producirse en los primeros días del mes de junio.

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Ahora mismo todo está en el aire, en volandas. Y como suele repetir una de mis desaparecidas y más terrenales “muletas”: “al final será lo que tenga que ser”.

Hemos dicho.