Repasando la vida de Jim Thompson para la XXIII Edición de nuestro Concurso Literario, vimos que pese a no llegar a pisar la cárcel siempre estuvo flirteando con esa posibilidad. Así que me pregunté ¿habría otros escritores que no hubieran tenido tanta suerte? Desde luego que sí. La lista es muy amplia y en ella encontramos autores que simplemente pasaron por la cárcel como podrían haberlo hecho por la consulta del dentista, pero también a escritores que encontraron allí su vocación. También hay otro caso. Uno mucho más perturbador como es el caso de… Bueno, mejor lo dejamos para el final.
ESCRITORES ENTRE REJAS
El binomio cárcel-escritor es algo que chirría. Como sucede con profesiones como la de maestro o médico, solemos otorgar cierto aire de bondad a la persona que la ejerce. Craso error. Como en cualquier ámbito de la vida, la esfera personal es una y la profesional otra. Y creo que debemos acostumbrarnos a no mezclarlas, algo que en esta época de campañitas inquisidoras en las redes parece cada vez más de moda.Así que os pediría que os tomarais esta entrada como un simple entretenimiento de cotilleos sin juicios ni prejuicios. Porque ya sabemos que quien esté libre de pecado que lance la primera piedra.
ESCRITORES A LOS QUE LA CÁRCEL NI FU, NI FA… O CASI
Y comenzamos con el caso de aquellos escritores a los que una decisión equivocada, una etapa complicada o un simple segundo de ofuscación los llevó a la cárcel. Esa experiencia les influyó de un modo u otro, pero en lo que a su carrera literaria se refiere no les supuso un gran cambio. Eran escritores, o lo serían ya en libertad, sin que la cárcel fuera determinante para ello.En algunos casos, incluso, la experiencia carcelaria les concedió algo tan valioso y escaso en la vida en libertad como es el tiempo. Entre las rejas lo tienes a espuertas y alguien con talento puede aprovecharlo para, a lo mejor, escribir la Obra Maestra con mayúsculas de la Literatura Universal. Sí, hablamos de Don Quijote de la Mancha.
Don Miguel de Cervantes pasó por la prisión hasta en cuatro ocasiones. En unos casos por cuestiones tan ajenas a nuestra época como herir a alguien en un duelo. Su mayor período de reclusión fueron los cinco años en las cárceles de Argel, acusado de asesinatos y saqueo, aunque no está demasiado probado si eso fue así o simplemente fue un prisionero de guerra. Lo cierto es que en Argel formó su personalidad y consiguió un conocimiento del ser humano que más adelante utilizaría para su obra cumbre. Una obra que comenzó a escribirse en su último ingreso carcelario, cuando siendo recaudador de impuestos en Sevilla depositó parte de los mismos en un banco que quebró. Era el año 1597, faltaban todavía ocho para que viera la luz la primera edición del Quijote, pero como afirma en el prólogo, fue allí donde se concibió y quizá se escribieran las primeras páginas. Venga, ¿quién no se pasaría una temporada en la cárcel si nos aseguraran que escribiríamos algo parecido?
Otro autor que sí pudo aprovechar su experiencia en la cárcel, aunque fuera solo unos días, fue el escritor francés André Malraux. Parece ser que invirtió la dote de su boda en acciones de una compañía que quebró y para intentar recuperar su economía, y de paso evitar el enfado de su suegro, echó mano de sus conocimientos de arqueología organizando una expedición a Camboya, con el objetivo de robar piezas de arte jemer en un templo abandonado de Phnom Penh. Fue detenido in fraganti por las autoridades coloniales. Lo curioso es que su defensa consistió en denunciar la manera descuidada con la que el gobierno protegía sus bienes históricos. Hay que reconocer que el tipo era un pelín caradura, ¿no? El caso es que estos hechos le inspiraron su obra La vía real.
Más triste es el caso de la escritora italiana Goliarda Sapienza. Tras una exitosa carrera como actriz de teatro se adentró en el mundo de la literatura con dos novelas que al parecer se publicaron con rapidez y éxito. Sin embargo, la tercera, la que a ella le parecía la mejor, la obra por la que había dedicado diez años de su vida, no obtuvo respuesta de ningún editor. Frustrada y arruinada, en 1979 robó unas joyas a una amiga de la que estaba enamorada para venderlas y así poder pagar el alquiler atrasado durante años. Su estancia en la cárcel sirvió de material para escribir L'università di Rebibbia. ¿Y qué fue de la obra que escribió durante diez años? Bueno, El arte del placer fue publicada en Francia el año 2000, cuatro años después de que ella muriera.
Para otros autores, la cárcel fue menos fructífera literariamente, aunque casi se convirtió en su segunda casa como es el caso del Marqués de Sade, quien disfrutó de ella durante treinta y dos de los setenta y cuatro años que vivió. Siempre fue por delitos consecuencia de su peculiar forma de ver la vida y la moral. Blasfemia, prostitución, orgías... Desde luego, el hombre iba muuuy salido.
Hasta ahora solo hemos hablado de delitos menores, ¿subimos el nivel?
Kate Winslet como Juliet
El 22 de junio de 1954 dos quinceañeras, Juliet y Pauline, convencen a la madre de esta última para dar un paseo por un parque de Christchurch (Nueva Zelanda). Una vez allí, la asesinan golpeándole en la cabeza con un ladrillo envuelto en una media. Las adolescentes acudieron a la policía con el argumento de que había sido un accidente. No coló, por supuesto, y ambas fueron condenadas indefinidamente. En su momento se justificó el crimen con el argumento de que su lesbianismo les había provocado alteraciones mentales. Otras explicaciones, más razonables, apuntaban al odio y asco que profesaban a sus progenitores y no solo porque quisieran separarlas. Al parecer, las adolescentes eran muy inteligentes y lo suficientemente rebeldes como para darse cuenta de la hipócrita sociedad en la que vivían. Hipocresía que se mostraba en las infidelidades mutuas que los padres de Juliet cometían, pese a ser su padre el rector de la iglesia y su madre miembro del Consejo de Orientación Matrimonial.
De Pauline, no se conoce qué fue de su vida tras los cinco años que pasó en prisión. De Juliet, tampoco se tuvo noticia hasta que Peter Jackson rodó una película basada en aquellos hechos y galardonada con un Oscar al mejor guion, Criaturas Celestiales. Esa nueva luz del caso llevó a los periodistas a investigar y atar cabos. Hasta llegar a una de las más exitosas escritoras de novela de suspense, Anne Perry. Aquel hecho no la hizo escritora, aunque es de suponer que sabiendo ese pasado podemos encontrar numerosas referencias a aquellos demonios que la llevaron a ser coautora de tan brutal asesinato.
Para terminar este apartado vamos a viajar hasta el 14 de abril de 1955. En el Hotel Crillón de Santiago de Chile se escuchó un disparo y los que acudieron observaron a una mujer abrazando el cadáver de quien, al parecer había sido su amante. Gritaba que era lo que más había amado mientras se manchaba con su sangre. La mujer era la escritora y crítica chilena, María Carolina Geel. Cumplió solo tres años gracias a que intercedió por ella la premio Nobel Gabriela Mistral para solicitar su indulto. La escritora publicaría su experiencia en su novela Cárcel de mujeres.
Como hemos visto, para ciertos escritores la cárcel supuso una experiencia más y a lo sumo solo sacaron de ella el tiempo para escribir o material para un libro aislado. Pero su carrera literaria no se define por ello.
Para otros, la vida carcelaria fue mucho más. Algo tan hermoso como encontrar su vocación literaria entre rejas.
ESCRITORES QUE ENCONTRARON A LA LITERATURA EN LA CÁRCEL
Sin duda, esta es la situación más edificante cuando hablamos de la relación entre la cárcel y la Literatura. Es el caso de aquellas personas que jamás escribieron nada hasta poner pie en prisión. De hecho, algunos apenas habían recibido la mínima educación como para poder imaginar que pudieran escribir algo más que su nombre. Pero la cárcel obró el milagro de darles a conocer la Literatura y, con ella, no solo recuperar la libertad, sino abandonar para siempre el mundo de la delincuencia.Cuando a alguien acostumbrado a vivir situaciones límite encuentra la oportunidad de trasladar esa experiencia al papel lo que puede ofrecer tiene tal fuerza que el lector cae irremediablemente a sus pies. Este es el caso de un tipo de imponente presencia. Tanta que incluso le llevó a la gran pantalla para interpretar al señor Azul en la ópera prima de Tarantino, Reservoir Dogs. Hablamos de Edward Bunker.
La vida de Edward Bunker cambió para siempre el día en el que la esposa de un productor de Hollywood, para la que había trabajado de chófer, le regaló una máquina de escribir y una suscripción a una revista literaria mientras cumplía condena en la cárcel de Folsom. Hasta ese momento, su historia era la típica de alguien a quien se le podría etiquetar como «carne de presidio». Nacido en un barrio marginal, padres alcohólicos, reformatorios, drogas, violencia y algún ingrediente más le llevaron a ser uno de los diez fugitivos más buscados del FBI.
Gracias a aquella máquina de escribir logró terminar en la cárcel hasta seis novelas, siendo la sexta No hay bestia tan feroz la que consiguió alcanzar el visto bueno de un editor. Se dedicó al género negro, siendo incluso el fundador de uno de los subgéneros que conforman el universo negrocriminal: las penitentiary stories.
Un caso parecido podemos encontrarlo en otro de los autores top del género negrocriminal: Chester Himes. Como anécdota, hablamos del primer escritor negro que escribió novela negrocriminal. Al contrario que Bunker, Chester sí llegó a estudiar en la universidad, aunque curiosamente fue allí donde comenzó a coquetear con los bajos fondos. Una carrera delictiva que terminaría en un atraco a mano armada que lo llevaría a la cárcel en 1928, con una condena de veinte años.
Entre rejas, sin embargo, encontró a Dios. No al que imagináis, sino a un dios del género negro como Dashiell Hammett. En la biblioteca de la cárcel existían varios números de Black Mask, mítica revista Pulp en la que publicaron por primera vez tantos maestros del género. Admiró tanto los relatos de Hammett que empezó a escribir. En 1934, todavía preso, consiguió publicar un relato en la revista Esquire. Un año después saldría libre y ya completamente alejado del mundo criminal. Tras varios trabajos consiguió publicar su novela Si grita, déjalo ir en 1945. El éxito de la misma le permitió dedicarse a la Literatura de manera profesional y, más adelante, crearía la popular serie de detectives protagonizada por Sepulturero Jones y Ataúd Johnson.
Uno de los casos que más me ha llamado la atención es el del escritor alemán Karl May (1842-1912). Quizá no es demasiado conocido en España, pero en Alemania sus novelas de aventuras compiten en la misma liga que las de Julio Verne o Emilio Salgari. Y desde luego tuvo un mérito terrible. La vida le dio fuerte nada más nacer. Estuvo ciego hasta los cinco años y mientras los demás niños jugaban al fútbol él lo hacía con la imaginación. Una imaginación que se alimentaba con los cuentos que le contaban su padrino y su abuelo. Ello forjó a un niño inteligente y con una vida interior abrumadora. Llegó a conseguir el puesto de maestro en una de las fábricas que contrataban a niños. Allí, un hecho cambió su vida.
El día que lo despidieron no se le ocurrió otra cosa que robar un reloj y una pipa de uno de sus compañeros. Por ello, no solo ingresó en la cárcel seis semanas, también perdió su licencia de profesor. Sin posibilidad de encontrar trabajo, recurrió a su arma más poderosa: la imaginación. Le tomó el gusto a adoptar identidades falsas para cometer robos y estafas que lo convirtieron en un asiduo huésped penitenciario. En una de sus estancias, una cárcel moderna en Zwickau que utilizaba técnicas de reinserción, comenzó a escribir. Su especialidad, no podía ser menos, era el género de aventuras. Publicó sus novelas por entregas en revistas que alcanzaron el éxito entre el público juvenil.
Tres casos edificantes, ¿verdad? Tres personas que nunca hubieran sido escritores de no haber pasado una temporada entre rejas y gracias a la Literatura escaparon del mundo del crimen. Bueno, quizá ha llegado el momento de transitar lugares más tenebrosos.
El historial delictivo que llevó a Jack Abbot a la cárcel era amplio: falsificaciones, robos y hasta un homicidio. Después se añadirían numerosos episodios de violencia con otros presos y hasta alguna que otra fuga.
Su relación con la literatura comenzó de una manera un tanto peculiar. En 1977, Abbot tuvo conocimiento de que el escritor Norman Mailer había contactado con el también asesino Gary Gilmore para documentar una novela. Su carácter egocéntrico le llevó a escribir una carta a Mailer diciéndole que si quería algo potente de verdad lo que tenía que hacer era contactar con él. Parece ser que la verborrea e inteligencia de Abbot fascinó al reputado Mailer. No era para menos. Abbot era un voraz lector de novelas y filosofía pese a no haber terminado la enseñanza básica. Esa relación epistolar se extendió durante varios meses hasta que Mailer decidió recopilar dichas cartas y publicadas bajo el título de En el vientre de la bestia. El impacto del libro en la intelectualidad norteamericana fue tremendo. En Vogue lo citaron como: «uno de los libros más importantes de nuestra era».
Mailer y otros intelectuales intercedieron para que Abbot pudiera conseguir la condicional. Y así fue. Pero en este caso el delincuente no desapareció bajo la figura del escritor. Solo seis semanas más tarde, Abbot acudió con dos mujeres a un café. Allí discutió con un camarero. Lamentablemente, el tono de la pelea subió hasta el punto de que Abbot lo acuchilló y asesinó. Los apoyos de los intelectuales perdieron fuerza y fue condenado nuevamente. Ya no volvería a salir con vida de la cárcel, aunque sí escribió un segundo libro con menor repercusión. El 10 de febrero de 2002 se ahorcó en su celda utilizando una sábana y el cordón de su zapato.
La última relación es aquella en la que el escritor delincuente da cuenta de su historial a través de sus obras. Podríamos pensar que ello sería una especie de acto de constricción. En algún caso es así, pero los escritores que aparecen a continuación buscaban algo distinto... y mucho más macabro.
LA LITERATURA COMO ALIMENTO DEL EGO CRIMINAL
¿Preparados para tener una cita con el Mal? Sí, escrito con mayúsculas. En este caso hablamos de verdaderos psicópatas que encontraron en las letras la manera de promocionar sus hazañas y de alimentar su perverso ego.¿Os ha entrado hambre mientras estáis leyendo esta publicación? En ese caso, quizá nuestro siguiente invitado os quite el apetito. ¿Exagero? Basta con citar su nombre y apodo para que os hagáis una idea: Iseei Sagawa, el Caníbal. Además de japonés, es un tipo tirando a vulgar. Metro y medio, voz afeminada y sin asomo de carisma. Sin embargo, tiene una obsesión desde su época de estudiante: las mujeres occidentales, altas, rubias y blancas. René Harteveld, una joven estudiante holandesa, tuvo la desgracia de reunir todas esas características y, además, hacerse amiga de él. También aceptó una cita en su casa, donde Iseei Sagawa la asesinó. No satisfecho con ello decidió intimar aún más con la joven. Su cama sirvió de improvisada mesa en la que la desdichada se convirtió en un primer y segundo plato además del postre. Ahora un poco del brazo; luego, un seno; después… Bueno, no creo que haga falta seguir.
Semejante atrocidad solo tuvo una condena de quince meses de prisión. Parece ser que el hecho de que fuera hijo de un multimillonario fue un argumento jurídico de peso. Lo peor es que llegó a ser una celebridad en su país, uno de esos tipos mediáticos, de la casta de los tertulianos. Y no solo eso, ha escrito cuatro novelas en las que da rienda suelta a sus fantasías caníbales y parece ser que hasta los vende. Y mucho.
Otro escritor especialista en la gastronomía humana fue José Luís Calva Zepeda, el Poeta Caníbal. Diez novelas, ocho obras de teatro y más de ochocientos poemas le hacen merecedor de ser llamado poeta. El adjetivo de caníbal viene dado porque descuartizó a su pareja y, además, se vanaglorió de ello con obras como Instintos caníbales, Réquiem por un alma perdida y Prostituyendo mi alma. Llegó a dedicarse una de sus obras a sí mismo con esta dedicatoria: «Dedico estas palabras a la creación más grande del universo (que soy yo).»
Otro ejemplo de asesino ególatras es el escritor chino Liu Yongbiao, muy famoso en China desde su novela Una película. En el 2017 fue detenido por ser el autor de un cuádruple asesinato cometido en noviembre de 1995. La prueba de cargo fue una prueba de ADN, pero ya dejó constancia de su autoría en la novela El secreto culpable (2010), en cuyo prólogo escribió que quería «crear una novela sobre una bella escritora que ha matado a mucha gente, cuyos casos aún no han sido resueltos». Parece ser que, en el momento del arresto, el escritor recibió a la policía con un: «os he estado esperando todo este tiempo». En una carta dirigida a su esposa afirma que: «Al fin puedo ser libre del tormento mental que he aguantado tanto tiempo».
Reconozcámoslo, el criminal y el morbo que lo rodea vende. Es por ello que las biografías de los criminales suelen ser bien consideradas por los editores. El último caso que os traigo es el de Jacques Mesrine.
Venga, pregunta rápida: ¿cuántos delitos se os ocurren? Pues bien, todos esos y alguno más los cometió este tipo. Este francés nacido en 1936 comenzó pronto su relación con la violencia. A corta edad presenció la masacre de unos aldeanos por parte del ejército nazi y quién sabe si eso marcó su carácter conflictivo. En la escuela fue expulsado varias veces y antes de la mayoría de edad ya se movía como pez en el agua en el mundo del hampa, la prostitución y las apuestas. Tampoco ayudó a encauzar su vida su pertenencia al ejército francés en la guerra de Argelia que sirvió como formación en el arte del asesinato. Llegó a convertirse en Enemigo Público nº 1 en Francia y su vida fue una sucesión de encarcelamientos y fugas. En una de sus estancias en la cárcel de La Santé, escribió su biografía Instinto asesino. Lejos de mostrar arrepentimiento, llegó a reconocer delitos de los que la policía ni siquiera tenía noticias. Esa altanería tendría continuidad cuando años después fue portada de la revista Paris Macht en la que se jactaba de sus crímenes y ridiculizaba al Estado francés por su ineficacia. Sus días terminaron el 2 de noviembre de 1979, cuando en una redada, la policía acribilló su coche. Años después se cuestionó si su muerte fue un crimen de estado.
Como hemos visto, el vis a vis entre cárcel y escritores suele dar prolíficos resultados, pero, que os conozco, los mejores delitos son aquellos que solo se cometen en el mundo de la ficción y para ello nos basta y sobra con la imaginación. Así que si os sentís tentados por el mal, os invito a participar en nuestro concurso de relatos inspirados en 1280 Almas, de Jim Thompson, en el que todavía estáis a tiempo de participar hasta el 15 de octubre.
¡Clica en la imagen para participar!
¡Saludos tinteros!